¿Las Personas Divinas están preanunciadas en el Antiguo Testamento?

¿Las Personas Divinas están preanunciadas en el Antiguo Testamento?

En elCatecismo de la Iglesia Católica (702), leemos: Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos", la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento, investiga en él lo que el Espíritu, "que habló por los profetas", quiere decirnos acerca de Cristo.

Así como sucede con la Trinidad, pueden encontrarse alusiones a las tres Divinas Personas, aunque el misterio se reserve para la revelación en Cristo y a través de Él.

Padre. El uso del título de “Padre” para Dios aparece en varios pasajes. Moisés, por ejemplo, cuando reprende a Israel:

Deuteronomio 32,6 “¿Así pagáis a Yahveh, pueblo insensato y necio? ¿No es Él tu padre, el que te creó, el que te hizo y te fundó?”

Y el profeta Isaías, cuando alaba a Dios, se refiere a Él como padre:

Is 64,7: “Pues bien, Yahveh, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros.”

Sin embargo, esas referencias se comprendieron exclusivamente como algo que expresaba la relación de Dios con Su pueblo elegido.

Hijo. El uso del título de “Hijo” tampoco se conoce en el Antiguo Testamento en su sentido de Naturaleza Divina. Usado en relación con el concepto de Dios, tiene solamente un sentido de semejanza con Dios en santidad. En el libro de Job, se presenta a los ángeles como “Hijos de Dios” (Job 1,6; 2,1; 38,7), y en Génesis 6,2 son los justos de entre los hombres (cf. Sal 29,1; 89,6; Sabiduría 5,5).

Espíritu Santo. De similar forma, a lo largo del Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios es utilizado en términos equívocos: como una característica de la actividad de Dios en la creación y en la historia de la salvación, pero no como una persona. Se mueve sobre la creación, insufla vida en el hombre (Gen 1,3; 2,7), y lo renueva (Sal 104,29_30). Les da poder a los justos (1 Sam 10,9-13) y se lo quita a los pecadores (1 Sam 16,14). Habla a través de los profetas para amonestar (Ez 2,2-3) y para prometer una renovación (Is 11,2; 61,1).

En el pasaje de Ezequiel 36,26-27, leemos: “Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis receptos y observéis y practiquéis mis normas”.

Vemos así que aunque se usa un término que en hebreo comúnmente se refiere al aliento o el viento (ruah) para referirse al espíritu de Dios, el hecho de que se le atribuya una actividad personal anticipa la revelación que hace luego Cristo de la Persona Divina.