Carta del Santo Padre al Cardenal Rouco Varela, 16-enero-2001

Autor: Juan Pablo II

 

CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL ANTONIO MARÍA ROUCO VARELACON MOTIVO DEL ENCUENTRO DE ORACIÓN 
PARA IMPLORAR DE DIOS LA PAZ
Y EL FIN DEL TERRORISMO

    

Al Señor Cardenal
ANTONIO MARÍA ROUCO VARELA
Arzobispo de Madrid
Presidente de la Conferencia Episcopal Española

He sabido que los fieles de las diócesis de San Sebastián, Bilbao y Vitoria, así como de la Archidiócesis de Pamplona, presididos por sus Pastores, se van a reunir, junto con otros hombres y mujeres de buena voluntad, el sábado día 13 de enero para un Encuentro de oración en las Campas de San Prudencio (Vitoria) para implorar de Dios la paz y el fin del terrorismo. Con esa ocasión me uno espiritualmente a todos los congregados en ese lugar, elevando mi plegaria por la radical y sincera conversión de todos a la ley santa de Dios, fundamento de la convivencia pacífica y del respeto de los derechos de toda persona, para que así se restablezca el entendimiento justo y concorde entre los hombres, las familias y pueblos en el País Vasco, en Navarra y en toda la querida Nación española, profundamente afectados por la crudeza de la situación presente a causa de la violencia terrorista que se prolonga desde hace años.

La tan deseada paz social es, ante todo, un don del Salvador, cuya venida acabamos de celebrar especialmente en la Navidad:  la Navidad del Año del Gran Jubileo de su Encarnación. En esos días, retomando el anuncio de los ángeles en Belén (cf. Lc 2, 14), los creyentes hemos expresado nuestro convencimiento de que sólo Cristo es "nuestra paz" (Ef 2, 14), reafirmando así que Él mismo es un don de paz del Padre a toda la humanidad. Destruyendo el pecado y el odio, y llamando a todos a la concordia y a la fraternidad, vino a unir lo que estaba dividido; por eso, Él es el "principio y el ejemplo de la humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu de paz, a la que todos aspiran" (Ad gentes, 8).

En esta circunstancia deseo alentar a las comunidades cristianas, que con su vida y su acción hacen presente a Jesucristo, a que acrecienten su unión con Él, intensificando la oración confiada y perseverante por la paz. Nuestras súplicas harán de cada uno de nosotros instrumentos de paz, sembradores de concordia, artífices del perdón. En una sociedad marcada por fuertes tensiones, las Iglesias particulares de los territorios que desgraciadamente padecen con tanta frecuencia la herida del terrorismo, tienen la misión de promover la unidad y la reconciliación, rechazando todo tipo de violencia, de terror y de chantaje, pues con esas tristes situaciones es toda la sociedad la que sufre.

Por encima de todo es necesario levantar, una vez más, la voz en favor del valor de la vida, de la seguridad, de la integridad física, de la libertad. En efecto, la vida humana "no puede ser considerada como un objeto del cual disponer arbitrariamente, sino como la realidad más sagrada e intangible que está presente en el escenario del mundo. No puede haber paz cuando falta la defensa de este bien fundamental. No se puede invocar la paz y despreciar la vida" (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2001, 19).

Las comunidades cristianas han de ser lugares privilegiados de acogida y de compromiso generoso con la paz auténtica, contribuyendo a remover obstáculos, a derribar muros, a favorecer iniciativas y proyectos en colaboración y diálogo social con tantas personas y grupos interesados en alcanzarla. En esta tarea, es menester tener presentes a los jóvenes, a los que hay que educar siempre y en todas partes:  en las escuelas y universidades, en los ambientes de trabajo, en el tiempo libre y en el deporte, en la cultura de la paz. Paz dentro y fuera de ellos, paz siempre, paz con todos, paz para todos. A ellos, y a toda la sociedad quiero decir:  Indarkeria ukatuz, pake zale, pake eskale ta pake egile izan zaitezte (Rechazando la violencia sed amigos de la paz, orantes por la paz y constructores de la paz).

¡Que Dios misericordioso conceda la paz social al País Vasco, a Navarra, a toda España! ¡Que con un renovado estilo de vida seamos merecedores de ese don divino! Mi bendición y mi afecto acompaña siempre a todos los que se comprometen en esta extraordinaria y necesaria tarea de alcanzar la paz, del cese del terrorismo y la violencia, del fomento del desarrollo y la convivencia en justicia y verdad.

Vaticano, 6 de enero de 2001, Solemnidad de la Epifanía del Señor y clausura del Gran Jubileo.