Carta a la Federación italiana de Ejercicios espirituales, 1999

Autor: Juan Pablo II

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A MONS. TAGLIAFERRI, OBISPO EMÉRITO DE VITERBO
Y PRESIDENTE DE LA FEDERACIÓN ITALIANA
DE EJERCICIOS ESPIRITUALES

    

Al venerado hermano
FIORINO TAGLIAFERRI
Obispo emérito de Viterbo
Presidente de la Federación italiana de ejercicios espirituales

1. Me ha complacido saber que la Federación italiana de ejercicios espirituales ha convocado, para los días 13 a 15 del corriente mes de febrero, su asamblea nacional, con el fin de interrogarse sobre los «tiempos del Espíritu para una fuerte experiencia de la misericordia del Padre».

Lo saludo cordialmente a usted, venerado hermano, a quien la Conferencia episcopal italiana ha llamado a presidir esta asociación eclesial, y, a la vez, quiero saludar afectuosamente a los prelados, a los ilustres oradores y a los congresistas que, en representación de los institutos de vida consagrada, las sociedades de vida apostólica, las asociaciones y los movimientos, participan en el encuentro. Deseo manifestar a cada uno mi sincero aprecio por la obra realizada a nivel regional y diocesano en el campo de la pastoral de la espiritualidad, promoviendo, acogiendo y dirigiendo las iniciativas de ejercicios espirituales, retiros e itinerarios de oración y de orientación vocacional.

2. El objetivo principal de vuestra asociación, como afirma el primer artículo de su Estatuto, es «dar a conocer y promover los ejercicios espirituales, considerados como una fuerte experiencia de Dios, suscitada por la escucha de su palabra, comprendida y acogida en la vida personal bajo la acción del Espíritu Santo que, en un clima de silencio y oración, y con la mediación de un guía espiritual, da la capacidad de discernimiento con vistas a la purificación del corazón, la conversión de vida y el seguimiento de Cristo, para el cumplimiento de la propia misión en la Iglesia y en el mundo».

Aunque se trate de una reunión de estudio, vuestro actual congreso, en sus contenidos y en su método, se inspira en la fisonomía que caracteriza a las jornadas de los «tiempos del Espíritu»: queréis hacer una experiencia del amor del Padre que os permita ser «revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24, 49). Esta experiencia de la intimidad con Dios, a través de momentos de intensa espiritualidad, de confrontación provechosa y de afectuosa fraternidad, no puede menos de reforzar en cada uno el propósito de ser testigo auténtico de las exigencias de la fe. En efecto, se advierte cada vez más el anhelo de una espiritualidad que se convierta en vida. De poco sirve meditar y rezar si la existencia no se transforma íntimamente y la oración no suscita comportamientos en sintonía con las exigencias de la verdad y el amor.

El creyente, iluminado e impulsado por la misericordia divina, comprende su vocación a ser «sal de la tierra» y «luz del mundo» (cf. Mt 5, 13-16). De aquí proviene la invitación permanente a la conversión que resuena en la Iglesia: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1, 15).

3. Las características de los tres años de preparación para el gran jubileo se reflejan bien en el camino propio de los ejercicios espirituales, poniendo de relieve el valor permanente que tienen para la existencia cristiana de todos los tiempos. En efecto, el trienio de preparación para el aniversario jubilar del misterio de la Encarnación tiene como fundamento e itinerario la llamada a la conversión, vivida como «peregrinación» de toda la existencia cristiana y ordenada a «ampliar los horizontes del creyente según la visión misma de Cristo: la visión del Padre celestial» (Tertio millennio adveniente, 49). Cristo, encontrado en la escucha de su palabra, en la celebración atenta de los santos misterios y en la fraternidad de la comunión eclesial, revela el misterio del Padre y de su amor y manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, descubriéndole la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes, 22). Ante el esplendor del misterio del Verbo encarnado, cada uno está llamado a ser sincero consigo mismo si quiere recorrer, adhiriéndose a él, Redentor del hombre, un camino de auténtica conversión, camino que es, al mismo tiempo, liberación del pecado y elección positiva del bien.

4. Este itinerario comienza con un acto de valor, como el del hijo pródigo que, después de recapacitar, dijo: «Me levantaré e iré a mi padre» (Lc 15, 18). Este camino interior requiere una necesaria «higiene del espíritu», que se realiza en el silencio exterior e interior, permitiendo la iniciativa del Paráclito, médico de las almas. La experiencia de los ejercicios espirituales, gracias a un tiempo oportuno de oración y reflexión, y con un estilo de templanza, autodisciplina y sacrificio, fortalece la adhesión personal a Cristo.

La «peregrinación del corazón», fruto de la gracia del Señor, radica en la docilidad al soplo del Espíritu. «Es el Espíritu el que empuja a cada uno a entrar en sí mismo y a sentir la necesidad de volver a la casa del Padre» (Incarnationis mysterium, 11). Sumergido en las luces y sombras de esta transición histórica, el hombre advierte la necesidad de una «sacudida de la conciencia» que no sea una emoción momentánea, sino un itinerario progresivo hacia la realización plena de sí. Y el creyente está llamado a contribuir, con un testimonio evangélico iluminado, a la construcción de una sociedad realmente atenta a las expectativas más íntimas del corazón humano.

El abrazo misericordioso del Padre adquiere una connotación particular en el sacramento que expresa concretamente la conversión y, con la gracia del perdón, devuelve al penitente la vida de hijo de Dios. Habiendo elegido habitar en la «casa» del Padre, vuelve a ser hermano de todos, se sienta a la mesa eucarística común y es impulsado a poner en práctica el dulce mandamiento de la caridad: amor a Dios y a los hermanos.

5. Venerado hermano, es grande la importancia que tiene esta asamblea de la Federación italiana de ejercicios espirituales dentro del conjunto de la pastoral en Italia. Deseo de corazón que, fiel a su vocación, contribuya a aumentar en el pueblo cristiano la acogida de la llamada universal a la santidad. Ojalá que los trabajos de este congreso pongan de relieve la armonía profunda que existe entre los ejercicios espirituales o, más en general, entre los «tiempos del Espíritu» y el acontecimiento del jubileo. Preparan su acogida y, a la vez, suscitan en los corazones una respuesta oportuna al don de gracia presente en él. En particular, desde el punto de vista de la peregrinación jubilar, los ejercicios ayudan a comprender que toda la existencia cristiana debe ser un «camino» sin marcha atrás. «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios» (Lc 9, 62).

Al mismo tiempo que invoco una abundante efusión del Espíritu Santo sobre usted y sobre cuantos participan en los trabajos del congreso, encomiendo a cada uno a la protección de la Virgen María, Reina de los santos, que durante toda su existencia supo acoger la gracia y la majestad divinas. Que ella sea para cada uno maestra y guía de vida evangélica y de perfección cristiana.

Con estos sentimientos, asegurando mi constante recuerdo en la oración, imparto de corazón a todos una bendición apostólica especial.

Vaticano, 11 de febrero de 1999