Audiencia general del 7 de octubre de 1981

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 7 de octubre de 1981

 

1. Hoy, después de una larga interrupción[1], puedo reanudar las audiencias generales, que se han convertido en una de las formas fundamentales de servicio pastoral del Obispo de Roma.

La última vez, los peregrinos que habían venido a Roma, se reunieron para esta audiencia el día 13 de mayo. Sin embargo, no se pudo celebrar. Todos saben por qué motivo...

Hoy, al comenzar, después de un largo intervalo de cinco meses, este encuentro tan entrañable para mí y para vosotros, no puedo menos de referirme al día 13 de mayo.

2. Pero antes no puedo dejar de manifestaros la emoción y el dolor que ayer me causó la noticia de la trágica muerte del Presidente egipcio Sadat.

Cayó en un acto de terrorismo de extrema gravedad y crueldad, que suscita sentimientos de amargura y consternación y nos deja pensativos y preocupados por las posibles consecuencias.

El Presidente Sadat se había hecho apreciar por sus cualidades de hombre, creyente en Dios, y por sus valientes iniciativas de paz, con las que había tratado de abrir nuevos caminos de solución al largo y sangriento conflicto entre árabes y judíos.

Os invito a rezar por este gran Estadista y por las otras víctimas del bárbaro atentado, entre las cuales hay un obispo de la Iglesia copto-ortodoxa; oremos también por sus familias, en particular por la esposa e hijos del Presidente, tan duramente afectados por lo sucedido.

Suba ahora nuestra petición a Dios para obtener que el pueblo egipcio y sus gobernantes puedan superar esta prueba, en convivencia fraterna y ordenado progreso, continuando en la búsqueda de la paz, que fue el anhelo de su Presidente; y para invocar que, en este tiempo perturbado por tantas violencias, temores y preocupaciones, el Señor acelere para los países de Medio Oriente el día de la reconciliación y de la paz.

3. "Misericordiae Domini, quia non sumus consumpti" (Lam 3, 22).

Estas son las palabras del Pueblo de Dios, que manifiesta a su Señor la gratitud por la salvación, y alaba mediante ellas a la Misericordia Divina.

Hoy deseo repetir estas palabras ante vosotros, queridos hermanos y hermanas, reunidos para la audiencia del miércoles. Deseo que ellas sean como el eco de aquel 13 de mayo, y de aquella audiencia general, que no se pudo celebrar a causa del atentado al Papa.

4. Durante estas largas semanas de hospitalización en el "Policlínico Gemelli" me ha venido con frecuencia a la mente el episodio de los primeros días de la Iglesia, en Jerusalén, descrito en los Hechos de los Apóstoles. Herodes había arrestado a Pedro: «deteniéndole, le metió en la cárcel, encargando su guarda a cuatro escuadras de soldados, con el propósito de exhibirle al pueblo después de la Pascua. En efecto, Pedro era custodiado en la cárcel; pero la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche anterior al día en que Herodes se proponía exhibirle al pueblo, hallándose Pedro dormido entre los soldados, sujeto con dos cadenas y guardada la puerta de la prisión por centinelas, un ángel del Señor se presentó en el calabozo, que quedó iluminado; y golpeando a Pedro en el costado, le despertó diciendo: "Levántate pronto"; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel añadió: "Cíñete y cálzate tus sandalias". Hízolo así. Y agregó: "Envuélvete en tu manto y sígueme". Y salió en pos de él. No sabía Pedro si era realidad lo que el ángel hacía; más bien le parecía que fuese una visión.

»Atravesando la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad. La puerta se les abrió por sí misma, y salieron y avanzaron por una calle, desapareciendo luego el ángel. Entonces, Pedro, vuelto en sí, dijo: "Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío"» (Act 12, 3-11).

Este episodio acaecido en los primeros días de la Iglesia en Jerusalén, me ha venido con frecuencia a la mente durante la estancia en el hospital. Aún cuando las circunstancias de entonces y las de hoy parecen tan distintas entre sí, sin embargo, le ha resultado difícil al convaleciente, que era el Sucesor de Pedro en la sede episcopal de Roma, no meditar estas palabras del Apóstol: "Me doy cuenta de que el Señor me ha arrancado de las manos de Herodes y de toda la expectación"...

5. He citado este pasaje de los Hechos de los Apóstoles también por las palabras que encontramos en él y que han sido para mí, en ese período, una ayuda muy grande. Mientras " Pedro era custodiado en la cárcel"... "la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él" (Act 12, 5).

He experimentado, queridos hermanos y hermanas, de manera semejante a Pedro, apartado y destinado a la muerte, la eficacia de las oraciones de la Iglesia. Lo experimenté inmediatamente: de parte de los que estaban reunidos para la audiencia general que no se pudo celebrar. Experimenté la eficacia de esta oración el mismo día, el 13 de mayo, a medida que la noticia del atentado se divulgaba a través de los medios de comunicación por todo el mundo. Esta noticia ha suscitado reacciones provenientes de varias partes del mundo, de diversos países, de los Jefes de Estado, de los gobernantes de las naciones, de muchos hombres y de ambientes diversos. Pero sobre todo esa noticia ha reunido a los hombres en oración. Se han llenado las catedrales episcopales y las iglesias parroquiales. Han rezado unidos a nosotros los hermanos ortodoxos y protestantes. Pero no sólo ellos. Han orado también los seguidores de Moisés y de Mahoma. Y otros muchos.

Me resulta difícil pensar en todo esto sin emoción. Sin una profunda gratitud para todos. Hacia todos los que el día 13 de mayo se reunieron en oración. Y hacia todos los que han perseverado en ella durante todo este tiempo. Agradezco esta oración a los hombres, mis hermanos y hermanas. Estoy agradecido a Cristo Señor y al Espíritu Santo, el cual, mediante este evento, que tuvo lugar en la plaza de San Pedro el día 13 de mayo, a las 17:17 horas, ha inspirado a tantos corazones para la oración común.

Y, al pensar en esta gran oración, no puedo olvidar las palabras de los Hechos de los Apóstoles, que se refieren a Pedro: "La Iglesia oraba insistentemente a Dios por él" (Act 12, 5)

6. «Debitores facti sumus» (Rom 1, 14).

Así es. Me he hecho todavía más deudor de todos. Soy deudor de los que han contribuido directamente a salvar mi vida y me han ayudado a recuperar la salud; de los doctores y médicos, las religiosas enfermeras y el personal laico del Policlínico Gemelli. Al mismo tiempo soy deudor de los que me han rodeado con esa amplia oleada de oración en todo el mundo. Soy deudor.

Y de nuevo me he hecho deudor de la Santísima Virgen y de todos los Santos Patronos. ¿Podría olvidar que el evento en la plaza de San Pedro tuvo lugar el día y a la hora en que, hace más de 60 años, se recuerda en Fátima, Portugal, la primera aparición de la Madre de Cristo a los pobres niños campesinos? Porque, en todo lo que me ha sucedido precisamente ese día, he notado la extraordinaria materna protección y solicitud, que se ha manifestado más fuerte que el proyectil mortífero.

Hoy celebramos la memoria de la Madre del Santo Rosario. Todo el mes de octubre es el mes del Rosario. Ahora que, a distancia de casi cinco meses, puedo encontrarme de nuevo con vosotros, queridos hermanos y hermanas, en la audiencia del miércoles, deseo que estas primeras palabras que os dirijo sean palabras de gratitud, de amor y de la más profunda confianza. Así como el Santo Rosario es y será siempre una oración de gratitud, de amor y de petición confiada: la oración de la Madre de la Iglesia.

Y a todos, animo e invito una vez más a esta oración, especialmente durante este mes del Rosario.

7. Aceptad, queridos participantes en este encuentro, estas primeras palabras, que nacen del recuerdo del 13 de mayo. Puesto que ellas no pueden abarcar todo, trataré de completarlas en los encuentros sucesivos.

* * *

[1] Después del terrible atentado del 13 de mayo, éste ha sido el primer encuentro semanal con peregrinos, realizado según la costumbre dramáticamente interrumpida el citado miércoles de la pasada primavera

Saludos

Saludo ahora cordialmente a todos los peregrinos, familias  grupos de lengua española presentes en esta audiencia y procedentes de diversos países, en especial a las numerosas religiosas, alumnas y ex alumnas de colegios de Jesús-María, venidas a Roma para la beatificación de la Sierva de Dios Claudine Thévenet.

Reanudamos con este encuentro las audiencias ordinarias de los miércoles, interrumpidas desde el 13 de mayo pasado a causa del conocido atentado contra el Papa.

Agradezco vuestras oraciones y las de cuantos han rogado por mi restablecimiento durante estos cinco meses. os aseguro que correspondo con mi recuerdo ante el Señor y os doy como prueba de afecto una especial bendición.

 

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