Audiencia general del 5 de diciembre de 1979

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 5 de diciembre de 1979

 

1. Andrés fue el primero, a quien el Señor Jesús llamó de entre todos los Apóstoles. "Encontró él luego a su hermano Simón y le dijo: Hemos hallado al Mesías, que quiere decir el Cristo. Le condujo a Jesús, que, fijando en él la vista, dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro" (Jn 1, 41 s.).

Este detalle, referido en el Evangelio según San Juan, reclamaba desde hace tiempo que yo fuese a hacer una visita a la antigua sede de los Patriarcas de Constantinopla, que venera, de modo especial, a San Andrés Apóstol; y que lo hiciese precisamente el 30 de noviembre, día en el que el calendario litúrgico (...) al recuerdo de aquel a quien el Señor Jesús llamó el primero. Hoy quiero dar gracias a la Providencia divina por esta visita, que tanto he deseado y que -bajo una especial inspiración de esa Sabiduría eterna, adorada durante tantos siglos en la Iglesia del Bósforo- se ha realizado con un reforzamiento recíproco en la marcha por los caminos a los que se habían lanzado el Patriarca Atenágoras I y mis grandes predecesores, los Papas Juan XXIII y Pablo VI.

Si es, pues, lícito remitirse a la analogía que se deriva del acontecimiento evangélico, el Sucesor de Pedro, en la Sede romana desea expresar hoy su satisfacción por haber escuchado la llamada que venía del Oriente, de esa sede que rodea con una veneración especial a Andrés, hermano de Pedro; por haber seguido esta llamada. Gracias a esto se ha encontrado de nuevo, ante la presencia de Cristo, que ha confirmado la vocación de Simón Pedro según el vínculo fraterno con Andrés.

2. Y, al dar gracias a la Providencia divina que, en los últimos días precedentes al comienzo del Adviento, dirigió mis caminos hacia el Oriente, quiero al mismo tiempo dar las gracias a todos los que, como siervos de esa Providencia, han asumido las múltiples tareas humanas necesarias para hacer posible esta importante visita. Pienso especialmente en las autoridades turcas, comenzando por el Ilustrísimo Señor Presidente de la República, en el Gobierno y en el Ministro de Asuntos Exteriores. Esta visita me ha dado la oportunidad de encontrarme con ellos y de intercambiar, muy útilmente, experiencias e ideas sobre temas muy importantes para la convivencia de las naciones y de los países en todo el mundo y, particularmente, en ese punto importante del globo, que es como una puerta de Europa y de Asia. Así la gentil disposición para recibir al huésped de Roma, como también la gran solicitud puesta en el desarrollo y la seguridad de todo el viaje, merecen mi gratitud especial, que deseo expresar una vez más en este momento.

3. Aunque la finalidad principal de mi visita fuese el "Fanar", sede del Patriarcado Ecuménico en Estambul, sin embargo, el reciente viaje me ha dado ocasión de encontrarme también con la comunidad armenia en la persona de su Patriarca Kalustian y del arzobispo católico Tcholakian. Esa Iglesia armenia está comprometida en un diálogo intenso con la Iglesia católica, especialmente desde la memorable visita a Roma de Vasken I, que es el Jefe, esto es "catholicos", de esa Iglesia, la cual tiene su centro en Etchmiadzin. La visita tuvo lugar en mayo de 1970. La Iglesia armenia católica, que está, en cambio, en comunión plena con la Sede Apostólica de Roma, cuenta en todo el mundo con unos 150.000 fieles. También dirijo mi pensamiento y mi gratitud hacia toda la comunidad armenia. Además, deseo recordar a los representantes de la comunidad judía, con quienes he tenido oportunidad de encontrarme con ocasión de la liturgia que se desarrolló en la catedral católica latina, dedicada al Espíritu Santo, en Estambul.

4. Considero el encuentro con el Patriarca Dimitrios I como un fruto de la acción especial del Espíritu de Cristo, que es el Espíritu de la unidad y del amor. Precisamente en este espíritu se ha desarrollado este encuentro y de este espíritu ha dado testimonio. Su momento culminante ha sido la oración común mediante la participación recíproca en la liturgia eucarística, aún cuando no hayamos podido todavía partir juntos el Pan y beber el mismo Cáliz. Esta oración común tuvo lugar en la vigilia de San Andrés, por la tarde, en la catedral latina del Espíritu Santo, donde el Patriarca Dimitrios I estuvo con nosotros (así como también al Patriarca armenio), y donde intercambiamos solemnemente el beso fraterno de paz, impartiendo juntos, al final, la bendición. Y, luego, la oración común tuvo lugar de nuevo en la solemnidad misma del Apóstol en la iglesia patriarcal, donde me fue dado, junto con toda la Delegación de la Sede Apostólica, participar en la espléndida liturgia de San Juan Crisóstomo, de renovar, con la misma alegría de los reunidos, el beso de paz con mi hermano de la Sede en Oriente, de tomar la palabra y, sobre todo, de escuchar su discurso.

¡Qué amor tan profundo manifestó por la Iglesia y por su unidad, que Cristo no cesa de desear! Al mismo tiempo, ¡cuánta solicitud, llena de amor, por el hombre en el mundo contemporáneo! El gran misterio de la "Divinidad y de la humanidad", tan maravillosamente profundizado por toda la tradición oriental patrística y teológica, es la fuente más grande de esta solicitud.

El Patriarca dijo: "También nosotros deseamos y buscamos la paz y el bien, tanto para la Iglesia como para el mundo, y nos encontramos con la finalidad de buscar juntos esta santa meta...; en este camino se halla presente Cristo resucitado que va junto a nosotros...; por esto, teniendo en perspectiva la comunión plena y la fracción del pan, hemos proseguido juntos nuestro camino hasta hoy".

5. Si tenemos, pues, el derecho de repetir con San Pablo "el amor de Cristo nos apremia" (2 Cor 5, 14), entonces hoy este amor de Cristo asume la forma especial de la solicitud por el hombre y por su vocación en el mundo actual, tan prometedora, pero también tan inquietante. Y, por esto, junto con el diálogo teológico, ya tan necesario, que debe comenzar en un futuro próximo entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto (esto es: con todas las Iglesias autocéfalas ortodoxas), es siempre indispensable el diálogo mismo del amor fraterno y del recíproco acercamiento, que ya dura desde hace algunos años, esto es, desde los tiempos del Concilio Vaticano II. Ciertamente, este diálogo debe reforzarse y profundizarse todavía más. Debe encontrar siempre nueva expresión externa. Debe, en cierto sentido, convertirse en un componente integral de los programas pastorales de ambas partes. La unión sólo puede ser fruto del conocimiento de la verdad en el amor. Y ambas deben actuar juntas, la una separadamente de la otra ya no basta, porque la verdad sin el amor no es todavía la verdad plena, como no existe el amor sin la verdad.

Se puede esperar mucho en esta nueva etapa de nuestras iniciativas ecuménicas y después de las pruebas del apoyo benévolo que, con ocasión de la reciente visita a Constantinopia, han dado todos los Patriarcas ortodoxos al Patriarca Dimitrios que, como Patriarca "Ecuménico", es el primero entre los otros.

6. En el marco de este feliz encuentro se han intercambiado también dones muy elocuentes. El Patriarca Ecuménico ha ofrecido a su huésped una antigua estola episcopal pensando en esa Eucaristía que acaso Dios clementísimo nos permitirá celebrar juntos, como desearon tan ardientemente ya el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras. El regalo que he dejado en Constantinopla es un icono de la Madre de Dios: Aquella con la que estoy familiarizado en Jasna Góra y Czestochowa desde los primeros años de mi juventud. Al hacerlo, me he dejado guiar no sólo por motivos de naturaleza personal, sino sobre todo por la elocuencia especial de la historia. El icono claramontano (de Jasna Góra) contiene en sí los rasgos sintomáticos que hablan del alma del hombre cristiano de Oriente y de Occidente. Proviene también de esa tierra, en la que tuvo lugar, en el curso de toda la historia, el encuentro de esas dos grandes tradiciones de la Iglesia. Es verdad que mi patria recibió el cristianismo de Roma y, juntamente, al mismo tiempo la gran herencia de la cultura latina, pero también Constantinopla se convirtió en la fuente de la cristiandad y de la cultura, en su forma oriental para muchos pueblos y naciones eslavas.

Manifesté estas ideas ya en el curso de mi peregrinación a Polonia en el pasado mes de junio. Así, nuestro encuentro en el "Fanar" en Estambul estuvo colmado de grandes problemas y de contenidos profundos. Al preguntarme uno de los periodistas sobre las "impresiones", he dicho que era difícil hablar a este propósito. Y es verdaderamente difícil. Estamos en otra dimensión. Estamos y debemos permanecer con la mirada fija sobre esa imagen de la Sabiduría, que nos habla desde la cima del gran monumento en el Bósforo. Es una imagen del Adviento. Y también nosotros servimos a la gran causa del Adviento del Señor.

Qué bien si el Señor nos encuentra vigilantes a su llegada (cf. Mt 24, 46).

He rezado por esta intención de modo especial entre las ruinas de Éfeso, donde la Virgen María, obediente del modo más profundo y más sencillo al Espíritu Santo, fue proclamada solemnemente por la Iglesia "Theotokos", esto es, "Madre de Dios".

 

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