Audiencia general del 21 de febrero de 1979

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 21 de febrero de 1979

1. También hoy quiero referirme al tema de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano: a la evangelización. Es un tema fundamental, un tema que siempre es de actualidad. La Conferencia que ha concluido sus trabajos en Puebla el día 13 del corriente mes de febrero da testimonio de ello. Es, además, tema del “futuro”, el tema que la Iglesia debe vivir continuamente y prolongar en el porvenir. Por eso el tema constituye la perspectiva permanente de la misión de la Iglesia.

Evangelizar quiere decir hacer presente a Cristo en la vida del hombre en cuanto persona, y al mismo tiempo en la vida de la sociedad. Evangelizar quiere decir hacer todo lo posible, según nuestra capacidad, para que el hombre “crea”; para que el hombre se descubra a sí mismo en Cristo, para que descubra en Él el sentido y la dimensión adecuada de la propia vida. Este descubrimiento es, al mismo tiempo, la fuente más profunda de la liberación del hombre. San Pablo lo expresa cuando escribe: “Para que gocemos de libertad, Cristo nos ha hecho libres” (Gál 5, 1).

Así, entonces, la liberación es ciertamente una realidad de fe, uno de los temas bíblicos fundamentales, inscritos profundamente en la misión salvífica de Cristo, en la obra de redención, en su enseñanza. Este tema nunca ha cesado de constituir el contenido de la vida espiritual de los cristianos. La Conferencia del Episcopado Latinoamericano atestigua que este tema retorna en un nuevo contexto histórico; por eso se debe tomar de nuevo en la enseñanza de la Iglesia, en teología y en pastoral. Debe ser tomado en su propia profundidad y en su autenticidad evangélica. Sí, muchas circunstancias hacen que sea tan actual. Es difícil mencionar aquí todas. Ciertamente lo reclama aquel “deseo universal de la dignidad” del hombre de que habla en Concilio Vaticano II. La “teología de la liberación” viene frecuentemente vinculada (alguna vez demasiado exclusivamente) a América Latina; pero es preciso dar la razón a uno de los grandes teólogos contemporáneos (Hans Urs von Balthasar), que exige justamente una teología de la liberación de alcance universal. Sólo los contextos son diversos, pero es universal la realidad misma de la libertad “con la que Cristo nos ha hecho libres” (Gál 5, 1). Tarea de la teología es encontrar su verdadero significado en los diversos y concretos contextos históricos y contemporáneos.

2. Cristo mismo vincula de modo particular la liberación con el conocimiento de la verdad: “Conoceréis la verdad, y la verdad os librará” (Jn 8, 32). Esta frase atestigua sobre todo el significado íntimo de la libertad por la que Cristo nos libera. Liberación significa transformación interior del hombre, que es consecuencia del conocimiento de la verdad. La transformación es, pues, un proceso espiritual en el que el hombre madura “en justicia y santidad verdaderas” (Ef 4, 24). El hombre así maduro internamente, viene a ser representante y portavoz de tal “justicia y santidad verdaderas” en los diversos ámbitos de la vida social. La verdad tiene importancia no sólo para el crecimiento de la sabiduría humana, profundizando de este modo la vida interior del hombre; la verdad tiene también un significado y una fuerza profética. Ella constituye el contenido del testimonio y exige un testimonio. Encontramos esta fuerza profética de la verdad en la enseñanza de Cristo. Como Profeta, como testigo de la verdad, Cristo se opone repetidamente a la no-verdad; lo hace con gran fuerza y decisión, y frecuentemente no duda en condenar lo falso. Volvamos a leer cuidadosamente el Evangelio; allí encontraremos no pocas expresiones severas, por ejemplo, “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 27), “guías ciegos” (Mt 23, 16), “hipócritas” (Mt 23, 13. 15. 23. 25. 27. 29), que Cristo pronuncia, consciente de las consecuencias que le esperan.

Por lo tanto, este servicio a la verdad, como participación en el servicio profético de Cristo, es un deber de la Iglesia, que trata de cumplirlo en diversos contextos históricos. Es necesario llamar por su propio nombre a la injusticia, a la explotación del hombre sobre el hombre, o bien, a la explotación del hombre por parte del Estado, de las instituciones, de los mecanismos de sistemas y regímenes que actúan algunas veces sin sensibilidad. Es necesario llamar por su nombre a toda injusticia social, discriminación, violencia infligida al hombre contra el cuerpo o el espíritu, contra su conciencia y sus convicciones. Cristo nos enseña una sensibilidad particular hacia el hombre, hacia la dignidad de la persona humana, hacia la vida humana, hacia el espíritu y el cuerpo humano. Esta sensibilidad da testimonio del conocimiento de aquella “verdad que nos hace libres” (Jn 8, 32). No está permitido al hombre ocultar esta verdad ante sí mismo. No le está permitido “falsificarla”. No le está permitido hacer de esta verdad un objeto de “subasta”. Es necesario hablar de ella de modo claro y sencillo. Y no para “condenar” a los hombres, sino para servir a la causa del hombre. La liberación, también en el sentido social, comienza por el conocimiento de la verdad.

3. Nos detenemos en este punto. Es difícil expresar en un breve discurso todo lo que comporta este gran tema, que tiene muchos aspectos y sobre todo muchos niveles. Subrayo: muchos niveles, porque en este tema es necesario ver al hombre según los diversos componentes de toda la riqueza de su entidad personal y al mismo tiempo social: entidad “histórica y a la vez, de algún modo, “supratemporal”. (De esta “supratemporalidad” del hombre da testimonio, entre otros, la historia). La entidad que es la “caña pensante” (cf. B. Pascal, Pensées, 347) —se sabe cuán frágil es la caña—, precisamente porque es “pensante”, se supera siempre a sí misma; lleva dentro de sí el misterio trascendental y una “inquietud creativa” que dimana de él.

Por ahora nos detenemos en este punto. La teología de la liberación debe ser sobre todo fiel a toda la verdad sobre el hombre, para poner en evidencia, no sólo en el contexto latinoamericano, sino también en todos los contextos contemporáneos, qué realidad es esta libertad “con la que Cristo nos ha liberado”.

¡Cristo! Es necesario hablar de nuestra liberación en Cristo, es necesario anunciar esta liberación. Es necesario insertarla en toda la realidad contemporánea de la vida humana. Lo reclaman muchas circunstancias, muchas razones. Precisamente en estos tiempos en los que se pretende que la condición de la “liberación del hombre” sea su liberación “de Cristo”, esto es, de la religión; precisamente en estos tiempos debe llegar a ser cada vez más evidente y cada vez más plena para todos nosotros la realidad de nuestra liberación en Cristo.

4. “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37).

La Iglesia, mirando a Cristo, que da testimonio de la verdad en todas partes y siempre, debe preguntarse a sí misma y en cierto sentido también al “mundo” contemporáneo, en qué modo hace surgir el bien del hombre, en qué modo libera las energías del bien en el hombre: a fin de que él sea más fuerte que el mal, que cualquier mal moral, social, etc. La III Conferencia del Episcopado Latinoamericano da testimonio de la disponibilidad para asumir este esfuerzo. Queremos no sólo encomendar a Dios este esfuerzo, sino también continuarlo para bien de la Iglesia y de toda la familia humana.

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