Audiencia general del 19 de enero de 1994

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERALMiércoles 19 de enero de 1994

 

"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos" (Hch 4, 32).

1. El tema para la celebración de la Semana de oración por la unidad de los cristianos de este año ha sido tomado de ese importante texto del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que se describe la vocación de la comunidad cristiana de cualquier época. En efecto, la Iglesia está llamada a tener un solo corazón y una sola alma, en una profunda comunión de fe, de oración y de solidaridad, para contrarrestar todo lo negativo que existe en el mundo y, de manera especial las tensiones, las incomprensiones, los conflictos y las guerras.

La unidad de todos los cristianos no es, por tanto, una aspiración utópica o un ideal puramente escatológico. Es una sólida y concreta vocación de los discípulos de Cristo, que es preciso realizar en la vida de cada día.

2. Es significativo que el tema de la Semana de oración de este año haya sido propuesto, inicialmente, por un grupo ecuménico formado en Irlanda. En efecto, la reconciliación y la paz resultan mucho más urgentes en las situaciones de tensión y de enfrentamiento cruento. Por eso, he querido que el 21 y el 23 de enero, en el marco de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, fuesen, respectivamente, un día de ayuno y una jornada especial de oración para pedir al Señor el don de una paz justa y duradera en los Balcanes. En efecto, la paz es posible también en los Balcanes, a pesar de todo lo que está sucediendo desde hace ya bastante tiempo en esa martirizada región. Pero es posible si toda la comunidad internacional, en sus diversos niveles, "tiene la valentía de asumir plenamente su obligación de hacer respetar los derechos del hombre: tanto el derecho humanitario como el derecho internacional, sobre el que se basa su propia existencia" (Llamamiento del Consejo pontificio "Justicia y paz" cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de enero de 1994, p. 2).

Hace falta una conversión universal a la paz. Por eso queremos ayunar y orar. Que Dios, para quien nada es imposible, ilumine con su Espíritu las mentes de los hombres y los conduzca a volver a encontrar los caminos de la reconciliación, la fraternidad y la paz.

3. "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma". El libro de los Hechos de los Apóstoles dice que la comunidad surgida de Pentecostés se hallaba formada por fieles de origen, lenguaje y condición social diversos, pero también afirma que, "acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch 4, 31).

Así pues, es el Espíritu quien transforma en comunidad la multitud reunida en oración, suscitando la concordia, la comunión (un solo corazón) y la unidad de deseos y de inspiración (una sola alma). "Dios es amor" (1 Jn 4, 7), asegura el apóstol Juan. No ha de asombrar que el amor sea la característica de los verdaderos discípulos del Señor: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35).

El texto de los Hechos de los Apóstoles concluye recordando que "todo era en común entre ellos" (Hch 4, 32): el amor engendra solidaridad.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, cada año comprobamos los progresos logrados por los cristianos en el difícil camino de la unidad. Cada paso, por más pequeño que sea, es una contribución importante que anima a los creyentes, pues nos hace tomar conciencia de que el Señor sigue concediéndonos la ayuda de su gracia.

La experiencia pasada atestigua que el diálogo de la caridad, siempre necesario en la comunidad cristiana, ha ayudado de hecho a todos los discípulos de Cristo a sentirse más cercanos, como conviene a personas que el bautismo ha convertido en hermanos. Y, en especial, ha contribuido a favorecer el diálogo teológico, orientado cada vez con más claridad a poner de manifiesto las auténticas exigencias de la comunión eclesial. Entre las numerosas señales de ese progreso en el diálogo ecuménico, destaca, a lo largo de este último año la quinta conferencia de la comisión Fe y Constitución del Consejo ecuménico de las Iglesias, que se celebró en Santiago de Compostela del 3 al 14 de agosto de 1993, y que tuvo por tema: Hacia la koinonía en la fe, en la vida y en el testimonio. Por primera vez, en una reunión de ese tipo, participaron con pleno título, en calidad de miembros, y de modo activo, representantes de la Iglesia católica.

Expresé a esa conferencia mis mejores deseos, asegurándole mi oración para que el Señor bendijera sus trabajos, encaminados a hacer realidad la plena unidad visible de los cristianos.

La búsqueda prosigue y es preciso continuarla mediante un diálogo prudente, estudios serios, contactos fraternos, y con la mente puesta en el designio del Señor, que quiere que sus hijos dispersos sean, por fin, "uno, para que el mundo crea" (cf. Jn 17, 21).

Oremos, en particular, para que tanto los católicos como los ortodoxos vivan el espíritu de diálogo en la unidad y en la caridad, sobre todo en las regiones en que conviven, para promover de forma eficaz la concordia, la colaboración pastoral y el testimonio común de la fe.

5. El camino de los cristianos hacia la plena comunión exige el compromiso de cada uno y, sobre todo la oración. Por encima de lo que se pueda pensar desde el punto de vista humano la unidad sigue siendo un don de Dios. Ya lo había subrayado el concilio Vaticano II cuando afirmaba que el "santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de Cristo excede las fuerzas y la capacidad humana". Por eso, es necesario poner toda la esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros y en la virtud del Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio, 24).

La oración brinda la posibilidad concreta de participar en una empresa que compromete la conciencia de todo fiel, cualquiera que sea el servicio y el papel que desempeñe en la Iglesia.

También nosotros queremos pedir hoy al Señor que conceda a sus discípulos el don de la unidad plena. Y lo hacemos con algunas de las hermosas expresiones de la oración recitada en Santiago de Compostela:

"Oh santísima Trinidad de amor:
Acudimos a ti para darte gracias
por el don de la koinonía,
que acogemos como primicia de tu reino...
Acudimos a ti, esperando poder entrar más profundamente
en el gozo de la koinonía.
Acudimos a ti confiados,
para comprometernos de nuevo
en tu designo de amor
de justicia y de koinonía..."

He aquí nuestra oración y nuestro compromiso. Que el Señor conceda a todos los cristianos trabajar con mayor empeño para conseguir la plena comunión visible por la que Cristo dio su vida.

Saludos

Saludo ahora cordialmente a los peregrinos y visitantes venidos de los diversos países de América Latina y de España. En particular, a las peregrinaciones procedentes de Argentina y de Santiago de Chile.

A todos imparto con gran afecto la bendición apostólica.

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