Audiencia general del 17 de junio de 1992

Autor: Juan Pablo II

 

  JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 17 de junio de 1992

 

1. La solemnidad de Pentecostés hace público el nacimiento de la Iglesia que, al recibir la fuerza del Espíritu Santo, sale del cenáculo de Jerusalén para anunciar en las diversas lenguas "las maravillas de Dios" (Hch 2 11). Al mismo tiempo, se trata del inicio de la misión que Cristo confió a los Apóstoles, a los que ordenó que fueran por todo el mundo a predicar el Evangelio a todos los pueblos (cf. Mc 16, 15).

Prosiguiendo este histórico camino de la evangelización, del 4 al 10 de junio he podido visitar, en el continente africano, la Iglesia que está en Santo Tomé y Príncipe y la Iglesia que está en Angola. El Episcopado local no sólo me invitó sino que también insistió mucho para que mi visita tuviese lugar dentro del jubileo conmemorativo del V Centenario del comienzo de la evangelización en su patria.

2. El año 1992 nos impulsa a volver nuestra mirada hacia América, donde, junto con el descubrimiento de la tierra nueva, tuvo inicio hace quinientos años, la obra evangelizadora de la Iglesia. El anuncio del Evangelio había llegado un año antes a África, particularmente a Angola, y había sido aceptado con espíritu de hospitalidad por el soberano del lugar. Él mismo recibió el bautismo, junto con su hijo mayor Mvemba-Nzinga, que en esa circunstancia tomó el nombre de Alfonso. Tras haber sucedido a su padre, reinó durante cuarenta años, esforzándose activamente por favorecer la difusión del Evangelio entre su pueblo. Esos años se consideran la época de oro de la evangelización del reino del Congo. Uno de sus hijos, Enrique, fue el primer obispo negro.

Signo de la vitalidad cristiana de ese período son también las relaciones diplomáticas que se establecieron por entonces con la Sede Apostólica. El peregrino que se dirige a M'Banza Congo, en el norte del país, se arrodilla con conmoción ante las ruinas de la primera catedral, ruinas que han permanecido hasta hoy para atestiguar la solidez religiosa del comienzo de la fe en la tierra angoleña.

El cristianismo en los siglos sucesivos hubo de afrontar varias dificultades, pero sobrevivió y se pusieron los cimientos para el trabajo de los misioneros, que se desarrolló plenamente a partir de la mitad del siglo pasado.

3. En la solemnidad de Pentecostés concluyeron las celebraciones del V Centenario, iniciadas, el 6 de enero de 1991. En Luanda, capital de la actual Angola, dimos gracias a la Santísima Trinidad por el don de la fe que, desde el cenáculo de Jerusalén, llegó a esa tierra africana produciendo abundantes frutos: más de la mitad de los habitantes de Angola pertenece a la Iglesia católica. También los representantes de otras Iglesias y comunidades cristianas tomaron parte, el mismo día de Pentecostés en una celebración ecuménica de la palabra de Dios.

En los últimos decenios la sociedad y la Iglesia de Angola han atravesado situaciones especialmente difíciles. La lucha por la independencia, que debía poner fin al período colonial, se transformó en guerra civil, con enormes destrucciones y numerosas víctimas humanas: basta pensar también en el gran número de jóvenes mutilados de guerra.

La Iglesia fue muy amenazada por la ideología marxista, entonces dominante. El hecho de que en esas condiciones haya logrado sobrevivir es don de la divina Providencia, mérito de misioneros realmente heroicos y ―algo que conviene poner muy de relieve― fruto del esfuerzo perseverante de los catequistas del lugar. Fueron precisamente ellos los que, a menudo arriesgando su vida, aseguraron el servicio de la palabra de Dios, manteniendo en la unidad a las respectivas comunidades. En efecto, era muy limitado el número de sacerdotes y muchos de ellos, así como varias religiosas, fueron asesinados.

A fines de mayo de 1991 se firmó la tregua entre las partes que estaban en guerra. A pesar de que la Iglesia en este largo período de guerra sufrió grandes pérdidas, gracias al testimonio de su servicio y a la solidaridad con los sufrimientos de sus conciudadanos, se ha convertido en un apoyo moral para toda la sociedad.

4. Expreso mi gratitud a los obispos y en particular, al cardenal Alexandre do Nascimento. Doy las gracias también a las autoridades civiles por la invitación, y deseo dirigirme principalmente a todos los que, en condiciones realmente difíciles, han hecho posible mi visita a lugares hoy accesibles. Me refiero, ante todo, a la parte occidental del país.

La visita se desarrolló en los principales centros de la vida eclesial: Huambo, Lubango y Benguela, en el sur; Cabida y la mencionada M'Banza Congo, en el norte. Los encuentros litúrgicos, tanto santas misas como celebraciones de la Palabra, fueron solemnes y sugestivos, en su tradicional expresión africana.

5. Por lo que se refiere al archipiélago de Santo Tomé y Príncipe, situado al noroeste de Angola, entra en la historia de la colonización a fines del siglo XV. La mayoría de sus habitantes, cerca de ciento veinte mil, pertenece a la Iglesia católica, y la diócesis de Santo Tomé fue erigida en el siglo XVI. El archipiélago forma un Estado independiente, con un presidente y un Parlamento propios. También aquí, como en Angola, acabado el período de la dominación marxista, se ha instaurado un régimen democrático, al tiempo que se intensifican los contactos con Occidente. La Iglesia tiene ante sí tareas y compromisos pastorales semejantes a los de Angola. En primer lugar, el desafío de la familia y de las generaciones jóvenes, así como el problema de las vocaciones autóctonas tanto al sacerdocio como a la vida religiosa, que se halla ligado al problema de los seminarios y el apostolado de los laicos. El trabajo misionero en Santo Tomé y Príncipe ha sido realizado en el pasado principalmente por familias religiosas; hoy trabajan eficazmente los claretianos y algunos institutos religiosos femeninos.

6. En el programa de la visita, con ocasión del V Centenario de la evangelización de Angola, se incluyó una sesión pública ―análoga a la que tuvo lugar en Yamoussoukro en Costa de Marfil en septiembre de 1990― del Consejo de la Secretaria general, como preparación para la Asamblea especial del Sínodo de los obispos para África y Madagascar. Los trabajos de este Sínodo después de una vasta consulta en todos los ambientes del continente africano, entran en la fase preparatoria del Instrumentum laboris, que constituirá la base para las deliberaciones sinodales finales. La Iglesia en Angola y en Santo Tomé y Príncipe es rica en experiencias espirituales y apostólicas, y el Sínodo africano le ofrecerá seguramente la posibilidad de compartirlas con otras Iglesias locales, a fin de que se difunda el Evangelio en todos los rincones de África, crezca la comunión entre las diversas comunidades eclesiales y los cristianos puedan contribuir al bien de la sociedad entera.

7. Gracias a la tregua que existe desde hace un año después de una larga guerra civil, he tenido la posibilidad de visitar Angola.

Doy gracias a Dios por esta circunstancia providencial y por todo el bien recibido del encuentro con el pueblo de Dios del primer país del continente negro que recibió el anuncio del Evangelio.

Al mismo tiempo, deseo confiar a Cristo, por intercesión de la Reina de la paz, la causa de la consolidación de la paz en Angola y la reconstrucción del país, tan anhelada y tan necesaria.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a todos los peregrinos de lengua española.

De modo particular doy mi cordial bienvenida al grupo de sacerdotes franciscanos procedentes de diversos países de América Latina, así como a las Hermanas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús y a las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretiana. Os exhorto a todos a seguir viviendo con generosidad y entrega vuestra consagración a Dios y vuestro servicio eclesial.

Saludo también a los grupos de los distintos colegios y parroquias procedentes de España; igualmente expreso mi afecto a los peregrinos de Puerto Rico, Paraguay, México y Colombia. Que la próxima celebración de la solemnidad del Corpus Christi sea una ocasión para intensificar la devoción a la Eucaristía y vuestro compromiso de ser miembros activos de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

A todos os bendigo en el Señor.
 

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