Audiencia general del 14 de junio de 1995

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERALMiércoles 14 de junio de 1995

 

La misión de las Iglesias particulares en el ámbito de la Iglesia universal

(Lectura:
capítulo 10 del evangelio de san Juan, versículos 14-16)

1. Jesucristo fundó la Iglesia como única y universal: dos dimensiones que, como hemos visto en catequesis anteriores, se fundan en la misma voluntad de Jesucristo. Y, sin embargo, los Hechos y las cartas de los Apóstoles testimonian que en el ámbito de la Iglesia una y universal, por obra de los Apóstoles o de sus colaboradores, y luego de sus sucesores, se han formado las Iglesias particulares. Así se manifiesta una distinción entre la Iglesia universal, confiada a los Apóstoles bajo la guía de Pedro, y las Iglesias particulares, con sus propios pastores. Recordemos la de Jerusalén, encomendada a algunos presbíteros (cf. Hch 11, 30) con Santiago (cf. Hch 12, 17; 21, 18); la de Antioquía, con profetas y doctores (cf. Hch 13, 1); y las otras comunidades en las que Pablo y Bernabé designaron a algunos "presbíteros" (Hch 14, 23; 20, 17) o "episcopoi" (Hch 20, 28).

2. La estructuración de la única Iglesia en una variedad pluriforme de Iglesias particulares, al mismo tiempo que responde a la institución de Cristo, está en conformidad también con la ley sociológica y psicológica de la localización y de la convivencia en comunidades locales en las que los vínculos son fuertes y provechosos. En el plano religioso y cristiano, la existencia de las Iglesias particulares es esencial en la vida de la Iglesia universal. Los discípulos de Cristo necesitan comunidades en las que puedan vivir el Evangelio, idéntico para todos, de modo adecuado a cada cultura particular.

El concilio Vaticano II recuerda que esas dos dimensiones de la Iglesia no se contraponen, sino que la Iglesia universal subsiste en las Iglesias particulares, mientras que éstas encarnan el universalismo de la Iglesia católica en su vida de comunidades particulares. "Dentro de la comunión eclesial ―afirma la constitución dogmática sobre la Iglesia― existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones, sin quitar nada al primado de la Sede de Pedro. Ésta preside toda la comunidad de amor" (Lumen gentium, 13).

3. También un tercer principio regula la misión de las Iglesias particulares en el ámbito de la Iglesia universal: el de la inculturación de la buena nueva. La evangelización se realiza no sólo con la adaptación a las expresiones culturales de los diversos pueblos, sino también mediante la inserción vital del Evangelio en su pensamiento, en sus valores, en sus costumbres y en su oración, gracias a la búsqueda y al respeto del núcleo de verdad que, de modo más o menos evidente, se encuentra en ellos. Éste es el concepto expuesto en la Redemptoris missio (cf. n. 52), en armonía con los documentos anteriores del magisterio pontificio y del Concilio, siguiendo la lógica de la Encarnación.

El modelo de toda evangelización de la cultura es la Encarnación. Jesucristo, Verbo encarnado, vino al mundo para redimir a la humanidad entera y ser "el Señor de todos" (Hch 10, 36). Y, sin embargo, se insertó y vivió en la tradición religiosa de Israel (cf. Lc 2, 22-24. 39. 41; Mt 4, 23 17, 27), pero llevándola a cumplimiento según una modalidad nueva de alianza que inauguró con la superación de algunos elementos de la ley antigua como afirman los escritos del Nuevo Testamento (cf. Mt 5, 17-20, 15, 1-6; Rm 8, 1-4; Ga 4, 4). Pero Jesús piensa y habla también de las "otras ovejas" que él, como único pastor, quiere conducir al único rebaño (cf. Jn 10, 6). Y san Pablo a quien Cristo llamó a ser "apóstol de los gentiles" (Rm 11, 13; cf. Rm 1, 5), ordenaba a los nuevos cristianos en todas las Iglesias que permanecieran en la condición en la que se encontraban en el momento de su conversión (cf. 1Co 7, 17. 20. 24); o sea, no debían adoptar los usos culturales de los judíos, sino mantenerse en su propia cultura y vivir en ella su fe cristiana.

4. Así se explica y se justifica que el cristianismo, preparado para ello por la espiritualidad del Antiguo Testamento, incorporara en la cultura y en la civilización cristiana las aportaciones de las culturas y de las tradiciones religiosas también de los paganos, pertenecientes a las gentes o naciones ajenas a Israel. Se trata de una realidad histórica, que hay que considerar en su profunda dimensión religiosa. El mensaje evangélico, en su esencia de revelación de Dios mediante la vida y la enseñanza de Cristo, ha de presentarse a las diversas culturas, favoreciendo el desarrollo de las semillas, de los deseos, de las expectativas ―podríamos decir, de los presentimientos de los valores evangélicos― ya sembrados en ellas. De esa forma, puede realizarse una transformación cuyo resultado no es la pérdida de la identidad cultural de los pueblos. Al contrario, precisamente porque se trata de un mensaje de origen divino, tiende a valorizar la cultura local, estimulándola y ayudándola a producir nuevos frutos al nivel más elevado, adonde lleva la presencia de Cristo con la gracia del Espíritu Santo y la luz del Evangelio.

5. En efecto, se trata de una empresa ardua y de "un proceso difícil, porque ―como se lee en la encíclica Redemptoris missio― no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana" (n. 52). Nunca será admisible renunciar a una parte de la doctrina cristiana, para que se asimile más fácilmente la verdad propuesta. Nunca se podrán aceptar costumbres en contraste con las decisiones del Evangelio

Sería ilusorio intentar llevar a cabo una armonización que introdujera en la doctrina de Cristo elementos extraños, provenientes de otras religiones. Esto sólo seria sincretismo religioso, una solución inaceptable. Por el contrario, hace falta una verdadera transformación elevadora y cuando sea necesario, sanadora de las culturas que reciben la revelación cristiana y quieren alimentarse de su contenido vital.

Por este camino pueden producirse expresiones originales de la doctrina cristiana y de las experiencias de vida, cuya variedad es riqueza para la Iglesia universal. Gracias a la inculturación en las Iglesias particulares "la misma Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes sectores de la vida cristiana, como la evangelización, el culto, la teología, la caridad; conoce y expresa aún mejor el misterio de Cristo, a la vez que es alentada a una continua renovación" (Redemptoris missio, 52). Entendida y realizada correctamente, la inculturación expresa mejor el sentido del universalismo de la Iglesia, que acepta y asimila todas las manifestaciones culturales, así como acoge e incorpora todas las realidades humanas, para santificarlas y transformarlas según el proyecto de Dios.

En las Iglesias particulares que nacen y se desarrollan en los territorios de evangelización, esta obra puede y debe realizarse como un compromiso misionero válido y fructuoso. El criterio que todos deberán seguir es el siguiente: en toda cultura se pueden encontrar y descubrir valores auténticos, pero en ninguna se encuentra la verdad absoluta ni una regla infalible de vida y de oración.

Así pues, es necesario reconocer esos valores, como hicieron ya en los primeros siglos los Padres con la cultura griega y latina, y después, sucesivamente, con las de los pueblos evangelizados. También hoy las Iglesias particulares, en la promoción del encuentro entre el Evangelio y las culturas, están llamadas a vivir su vocación misionera para realizar la unidad y la universalidad de la familia de Dios.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a los peregrinos de España y América Latina.

En especial, al grupo de Frailes Franciscanos Menores, a las Religiosas de María Inmaculada, a la Coral infantil “Viva la Música” de Colombia, a los peregrinos de la Diócesis de Santa Cruz de Bolivia, así como a los demás grupos de Argentina, México, Colombia y España.

A todos os exhorto a cultivar un profundo amor por vuestras Iglesias locales y una generosa apertura misionera a las necesidades de la Iglesia universal.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica.

 

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