Audiencia general del 13 de noviembre de 1996

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERALMiércoles 13 de noviembre de 1996

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Acabo de llegar de la cumbre mundial sobre la alimentación, que se ha inaugurado hoy en la FAO, aquí en Roma. En esa sede he tenido la oportunidad de dirigir la palabra a los delegados y representantes de casi doscientos países. Doy gracias al Señor por ello y deseo de corazón que la reflexión de los próximos días lleve a iniciativas eficaces para la solución del drama estremecedor del hambre en el mundo.

En efecto, es trágica la situación en que se encuentran actualmente más de ochocientos millones de personas por falta de alimento o por desnutrición. Es necesario realizar con urgencia todos los esfuerzos posibles para acabar con el escándalo de la coexistencia de personas que carecen incluso de lo necesario y de otras que abundan en cosas superfluas.

Quiera Dios que, gracias a la aportación de los responsables de las naciones, de las organizaciones de voluntariado y de las personas de buena voluntad, crezca en todos los continentes el compromiso de la solidaridad con una atención constante a los más necesitados.

2. Mientras hablaba, esta mañana, sentía especialmente viva en mi corazón la tragedia de los prófugos ruandeses y burundeses y de las poblaciones zaireñas de Kivu, víctimas de la inhumana lógica de los conflictos interétnicos. Es un drama constantemente presente en mi espíritu. ¿Cómo se puede quedar indiferentes ante personas que están ya en una situación extrema, mientras podrían recibir víveres y medicinas de primera necesidad, acumulados en grandes cantidades a poca distancia de ellos?

Renuevo un apremiante llamamiento a la conciencia y a la responsabilidad de todas las partes implicadas y de toda la comunidad internacional, para que, sin dilación, presten ayuda a esos hermanos y hermanas. La ofensa a su vida y a su dignidad es una ofensa hecha a Dios, cuya imagen lleva en sí todo ser humano. Ninguna incertidumbre, ningún pretexto, ningún cálculo podrán justificar jamás un retraso mayor en la asistencia humanitaria

Pidamos a Dios que los sufrimientos de tantos inocentes y la sangre derramada por fieles servidores de la Iglesia y de la causa del hombre sirvan para vencer el odio y contribuyan a que surja en el amado continente africano una época de respeto recíproco y de acogida fraterna. Pidámosle, asimismo, que se establezca y arraigue en el corazón de los hombres la absoluta, insuprimible y vivificante ley del amor fraterno.

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