Audiencia general del 11 de julio de 1979

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 11 de julio de 1979

 

 

1. Deseo también hoy referirme a la gran solemnidad que la Iglesia Romana celebra el 29 de junio, recordando de ese modo cada año el martirio de sus Patronos, los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. La conmemoración de estos Apóstoles ofrece a los ojos de nuestra alma no solamente el momento de su muerte por Cristo, sino también toda su vida apostólica. Pese a la considerable lejanía en el tiempo, su vida, enriquecida por el trabajo del testimonio evangélico, transcurrida enteramente en el establecimiento de las bases del Reino de Dios sobre la tierra, es siempre para nosotros actual y concreta. Ambos Apóstoles se perfilan ante los ojos de nuestra mente como figuras reales; se expresan con las palabras de sus Cartas y con sus obras, registradas tanto en sus propios escritos como en los Hechos de los Apóstoles. Nosotros podemos seguir los acontecimientos en que tomaron parte y de que consta su vida, en cierto sentirlo desde fuera y, al mismo tiempo, podemos seguir también su vida interior encontrando en ella siempre un modelo vivo de ese "seguimiento de Cristo", al que todos estamos llamarlos.

Quisiera centrar hoy vuestra atención sobre un detalle concreto: los Apóstoles tenían numerosos auxiliares y colaboradores, que hacían posible y les facilitaban el cumplimiento de las obligaciones inherentes al anuncio del Evangelio. Muchos nombres de aquellos discípulos y ayudantes apostólicos nos son conocidos, sobre todo por las Cartas de San Pablo. La conmemoración de algunos de ellos sigue vigente en el martirologio y en el calendario litúrgico de los Santos de la Iglesia.

2. Esta constatación, que se refiere a los orígenes de la Iglesia, nos permite además recorrer casi dos mil años de historia para llegar hasta nuestros tiempos. El cumplimiento de la misión apostólica, especialmente del ministerio de Pedro, ha necesitado, en todas las épocas, numerosos colaboradores. También nuestra época los exige, en medida adecuada a las circunstancias de los tiempos actuales, en los que le corresponde a la Iglesia desarrollar la misión evangélica de la salvación. Deseo hoy dedicar mis palabras, en este encuentro con vosotros que participáis en la audiencia del miércoles, precisamente a todos cuantos aquí en Roma colaboran con el Sucesor de Pedro en el cumplimiento de su servicio a la Iglesia Romana y universal. Lo hago por motivos teológicos: la reciente festividad de los Santos Apóstoles, en efecto, nos induce a esta reflexión. Lo hago también por motivos personales: es justo que yo dedique mi recuerdo y mi gratitud hacia mis colaboradores, al igual que lo leemos en las Cartas de los Apóstoles y sobre todo en las Cartas de San Pablo: "Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros y recordándoos en nuestras oraciones, haciendo sin cesar ante nuestro Dios y Padre memoria de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestra caridad y de la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes 1, 2-3).

3. El círculo más estrecho de colaboradores del Papa, Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, está constituirlo por la Curia Romana. Como se sabe, la Curia es actualmente un organismo grande y diversificado, sobre cuya puesta al día, según las tareas del ministerio de Pedro y según las necesidades de la Iglesia contemporánea, el Concilio Vaticano II reflexionó profundamente. Entre sus principales sugerencias a este respecto se lee:

"Los padres del Sacrosanto Concilio desean que estos dicasterios, que han prestado ciertamente ayuda excelente al Romano Pontífice y a los Pastores de la Iglesia, sean sometidos a nueva ordenación, más acomodada a las necesidades de los tiempos, regiones y ritos, señaladamente en lo que se refiere a su número, nombre, competencia y modo peculiar de proceder, y a la coordinación de los trabajos... Además, puesto que estos dicasterios se han constituido para bien de la Iglesia universal, se desea que sus miembros, oficiales y consultores, así como los legados del Romano Pontífice, se tomen, dentro de lo posible, en mayor número de las diversas regiones de la Iglesia, de forma que las oficinas u órganos centrales de la Iglesia católica presenten carácter verdaderamente universal.

"Es de desear que, entre los miembros de los dicasterios, se cuenten también algunos obispos, sobre todo diocesanos, que puedan informar más plenamente al Sumo Pontífice sobre el sentir, deseos y necesidades de todas las Iglesias. Finalmente, los padres del Concilio juzgan muy útil que dichos dicasterios oigan en mayor medida a laicos eminentes por su virtud, ciencia y experiencia, de suerte que también ellos tengan en los asuntos de la Iglesia una parte congruente" (Christus Dominus 9 y 10).

Siguiendo el pensamiento del Concilio y en atención a sus indicaciones, Pablo VI dio una forma concreta a la adaptación de la Curia Romana, mediante la Constitución Regimini Ecclesiae universae. Este amplio y múltiple organismo reúne en sí oficinas e instituciones de larga y a veces secular historia y, junto a ellas, organismos nuevos, surgidos directamente de la eclesiología del Vaticano II, que ponen de manifiesto la conciencia de la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo, de la que somos acreedores al Concilio precisamente.

Sería imposible hacer aquí un análisis detallado de todo el conjunto de la Curia. Sería ciertamente arduo enumerar ordenadamente las competencias de cada uno de los dicasterios y de las diversas oficinas, como también su estructura y organización interna; pero quizá tampoco sea necesario. Conviene más bien aludir brevemente a cada uno de los dicasterios para darnos cuenta de que todos ellos tienen un campo definido en la vida y actividad de la Iglesia universal y que en esos sectores definidos facilitan el ejercicio del ministerio de Pedro en la Iglesia, compartiendo, de forma profunda y competente, la solicitud magisterial y pastoral de cada Sucesor de San Pedro, Obispo de Roma.

Ya los nombres de cada dicasterio expresan su competencia. Deber del Obispo de Roma es, ante todo. La solicitud por la integridad de la doctrina de la fe: y he aquí que la Congregación que le ayuda en todo ello lleva precisamente ese nombre. Al Obispo de Roma le competen las cuestiones relativas a la sucesión apostólica de los obispos en la dimensión de todo el Colegio; de aquí, la Congregación para los Obispos. Siguen después todos los otros dicasterios, que tratan de las diversas tareas del ministerio de Pedro en la Iglesia: la Congregación para las Iglesias Orientales que, aún con diversos ritos, está en comunión con la Sede de Pedro; la Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, que atiende a la vida sacramental y litúrgica de la Iglesia; la Congregación para el Clero, a la que compete todo lo referente al ministerio y vida de los presbíteros; la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, que tan importante parte desempeña en el tejido vivo de la comunidad cristiana; la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que cuida todo lo relativo a la acción misionera; la Congregación para las Causas de los Santos y, en fin, la Congregación para la Educación Católica, cuya actividad se extiende a las escuelas católicas, a los seminarios y a las universidades esparcidas por todo el mundo. No faltan tampoco los organismos para la administración de la justicia; es decir, la Sacra Rota Romana y el Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica —además de la Sacra Penitenciaría Apostólica, para los problemas internos de conciencia—, que se ocupan de la justa solución de cuestiones que pueden surgir en la vida de la Iglesia y que se refieren a los derechos de los fieles y de la comunidad.

Está luego también, como sabéis, la Secretara de Estado, que ayuda de cerca al Papa, tanto por lo que se refiere a la Iglesia universal, como en la coordinación de las actividades de los organismos de la Curia. Y además, está el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, que se ocupa, sobre todo, de las cuestiones concernientes a las relaciones con los Estados y con los Gobiernos.

La Iglesia es como el hombre "que de su tesoro saca lo nuevo y lo añejo" (Mt 13, 52). Muy elocuentemente hablan de la Iglesia de hoy y de mañana los organismos que han surgido como fruto del Concilio el Pontificio Consejo para los Laicos, la Comisión Iustitia et Pax, los tres Secretariados, para la Unión de los Cristianos, para las Religiones No Cristianas y para los No Creyentes, así como otras varias Pontificias Comisiones y la Prefectura para los Asuntos Económicos. Sin mencionar el Sínodo de los Obispos, también surgido del Concilio, que tiene su Secretaría general junto a esta Sede Apostólica.

4. Se puede e incluso se debe mirar la Sede Apostólica como un conjunto de organismos especializados que, mediante su incansable trabajo, facilitan el conocimiento de los asuntos esenciales de la Iglesia y las decisiones oportunas. Se puede y se debe decir que todos estos organismos sostienen el "ministerio" del Sucesor de Pedro y facilitan su realización.

Sin embargo, hablando de "ministerio", es necesario llegar siempre a percibir la curtiente más profunda que da un justo sentido a cada uno de esos organismos y hace que en cada uno palpite la vida de toda la Iglesia, mediante todos los impulsos que llegan de diferentes partes y se esparcen después en todas las direcciones.

Y quizá, precisamente con este fin, lo mejor es volver a los tiempos de los primeros Apóstoles, a sus Cartas. Y con las mismas palabras que ellos escribieron sobre el tema de sus íntimos colaboradores, permítaseme a mí expresar mi gratitud a mis actuales colaboradores, uniéndome con ellos en la solicitud por la Iglesia, que tiene su origen en el corazón de Cristo-Buen Pastor.

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