Audiencia general del 10 de enero de 1979

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 10 de enero de 1979

 

 

El significado de la maternidad en la sociedad y en la familia

1. Ha llegado al final el tiempo de Navidad. Ha pasado también la fiesta de Epifanía. Pero las meditaciones de nuestros encuentros del miércoles seguirán haciendo referencia al contenido fundamental de las verdades que nos pone ante los ojos todos los años el tiempo navideño. Aparecen dichas verdades con densidad particular. Se necesita tiempo para contemplarlas con los ojos abiertos del espíritu, que tiene derecho y necesidad de meditar la verdad y contemplar toda su sencillez y profundidad.

Durante la octava de Navidad, la Iglesia nos hace dirigir la mirada del espíritu al misterio de la Maternidad. El último día de la octava, que es el primero del año nuevo, es la fiesta de la Maternidad de la Madre de Dios. De este modo se resalta “el puesto” de la Madre, “la dimensión” materna de todo el misterio del nacimiento de Dios.

2. Esta Madre lleva el nombre de María. La Iglesia la venera de modo particular. Le rinde un culto que supera el de los otros santos (cultus iperduliae). La venera así, precisamente porque ha sido la Madre; porque ha sido elegido para ser la Madre del Hijo de Dios; porque a ese Hijo, que es el Verbo eterno, le ha dado en el tiempo “el cuerpo”, le ha dado en un momento histórico “la humanidad”. La Iglesia incluye esta veneración particular de la Madre de Dios en todo el ciclo del año litúrgico, durante el que se acentúa de modo discreto y a la vez solemne, el momento de la concepción humana del Hijo de Dios, a través de la Anunciación celebrada el 25 de marzo, nueve meses antes de Navidad. Se puede decir que, durante el período desde el 25 de marzo hasta el 25 de diciembre, la Iglesia camina con María que espera como toda madre el momento del nacimiento, el día de Navidad. Y contemporáneamente, durante este período, María “camina” con la Iglesia. Su expectación materna está inscrita de modo discreto en la vida de la Iglesia de cada año. Todo lo que sucedió en Nazaret, Ain Karim y Belén, es el tema de la liturgia de la vida de la Iglesia, de la plegaria -especialmente de la plegaria del Rosario- y de la contemplación. Hoy ha desaparecido ya del año litúrgico una fiesta particular dedicada a la Virgen paritura (que va a dar a luz), la fiesta de la “Expectación” materna de la Virgen, celebrada el 18 de diciembre.

3. Introduciendo de esta manera en el ritmo de su liturgia el misterio de la “Expectación materna de María”, sobre el trasfondo del misterio de aquellos meses que unen el momento del nacimiento con el momento de la Concepción, la Iglesia medita toda la dimensión espiritual de la Maternidad de la Madre de Dios.

Esta maternidad “espiritual” (quoad spiritum) comenzó al mismo tiempo que la maternidad física (quoad corpus). En el momento de la Anunciación, María tuvo este diálogo con el Anunciante: “¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?” (Lc 1, 34); respuesta: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el Hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). En concomitancia con la maternidad física (quoad corpus) comenzó su maternidad espiritual (quoad spiritum). Esta maternidad llenó así los nueve meses de espera a partir del momento del nacimiento y los treinta años pasados entre Belén, Egipto y Nazaret, así como también los años siguientes en que Jesús, después de dejar la casa de Nazaret, enseñó el Evangelio del reino, años que se concluyeron con los sucesos del Calvario y de la cruz. Allí la maternidad “espiritual” llegó en cierto sentido a su momento clave. “Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26). Así, de manera nueva, la vinculó a Ella, su propia Madre, al hombre: al hombre a quien transmitió el Evangelio. La ha vinculado a cada hombre. La ha vinculado a la Iglesia el día de su nacimiento histórico, el día de Pentecostés. Desde aquel día toda la Iglesia la tiene por Madre. Y todos los hombres la tienen por Madre. Estos entienden como dirigidas a cada uno, las palabras pronunciadas en lo alto de la cruz. Madre de todos los hombres. La maternidad espiritual no conoce límites. Se extiende en el tiempo y en el espacio. Alcanza a tantos corazones humanos. Alcanza a naciones enteras. La maternidad constituye tema predilecto y acaso el más frecuente de la creatividad del espíritu humano. Es un elemento constitutivo de la vida interior de tantos hombres. Es una clave de bóveda de la cultura humana. Maternidad: realidad humana grande, espléndida, fundamental, denominada desde el principio con el mismo nombre por el Creador. Acogida de nuevo en el misterio del nacimiento de Dios en el tiempo. En él, en este misterio, entrañada. Inseparablemente unida a él.

4. En los primeros días de mi ministerio en la Sede romana de San Pedro, tuve el placer de encontrarme con un hombre que desde la primera entrevista me resultó especialmente cercano. Permitidme que no pronuncie aquí el nombre de esta persona, cuya autoridad es tan grande en la vida de la nación italiana, y cuyas palabras escuché yo también el último día del año con atención unida a gratitud. Eran palabras sencillas, profundas y rebosantes de interés por el bien del hombre, de la patria y de la humanidad entera; y en particular, de la juventud. Me perdonará mi egregio interlocutor si me permito referirme de algún modo, sin decir su nombre, a las palabras que le oí en aquel primer encuentro. Dichas palabras se referían a la madre, a su madre. Después de tantos años de vida, experiencia, luchas políticas y sociales, él recordaba a su madre como la persona a quien debía junto con la vida, también todo lo que constituye el comienzo y el armazón de la historia de su espíritu. Escuché aquellas palabras con emoción sincera. Las grabé en la memoria y no las olvidaré jamás. Eran para mí como un anuncio y, al mismo tiempo, como una llamada.

No hablo aquí de mi madre, porque la perdí demasiado pronto; si bien debo a ella las mismas cosas que mi egregio interlocutor manifestó con tanta sencillez. Por esto me permito hacer referencia a lo que le escuché.

5. Y hablo hoy de esto para cumplir lo que anuncié hace una semana. Entonces dije que debemos estar al lado de cada madre que espera un hijo; que debemos rodear de atención particular la maternidad y el gran acontecimiento asociado a ésta, o sea, la concepción y el nacimiento del hombre, que se sitúan siempre en la base de la educación humana. La educación se apoya en la confianza en aquella que ha dado la vida. Esta confianza no puede exponerse a peligros. En el tiempo de Navidad la Iglesia proyecta ante los ojos de nuestra alma la Maternidad de María, y lo hace el primer día del año nuevo. Lo hace para poner en evidencia asimismo la dignidad de cada madre, para definir y recordar el significado de la maternidad, no sólo en la vida de cada hombre, sino igualmente en toda la cultura humana. La maternidad es la vocación de la mujer. Es una vocación eterna y, a la vez, contemporánea. “La Madre que comprende todo y con el corazón abraza a cada uno”, son palabras de una canción que canta la juventud en Polonia y que me vienen a la mente en este momento; la canción proclama seguidamente que hoy el mundo de modo particular “tiene hambre y sed” de esa maternidad, que constituye “física y espiritualmente” la vocación de la mujer, al igual que lo es de María.

Es necesario hacer lo imposible para que la dignidad de esta vocación espléndida no se destroce en la vida interior de las nuevas generaciones; para que no disminuya la autoridad de la mujer-madre en la vida familiar, social y pública, y en toda nuestra civilización: en toda nuestra legislación contemporánea, en la organización del trabajo, en las publicaciones, en la cultura de la vida diaria, en la educación y en el estudio. En todos los campos de la vida.

Este es un criterio fundamental.

Debemos hacer todo lo posible para que la mujer sea merecedora de amor y veneración. Debemos hacer lo imposible para que los hijos, la familia, la sociedad descubran en ella la misma dignidad que vio Cristo en la mujer.

“Mater genetrix, spes nostra!: ¡Madre que das la vida, esperanza nuestra!”.

 

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