Audiencia general 16 de mayo de 1979

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 16 de mayo de 1979

La figura del Buen Pastor

1. Deseo insistir hoy una vez más en la figura del Buen Pastor. Esta figura, como dijimos hace una semana, está profundamente encuadrada en la liturgia del período pascual. Y es así porque está profundamente impresa en la conciencia de la Iglesia, particularmente en la Iglesia de las primeras generaciones cristianas. Dan testimonio de ello, entre otras cosas, las efigies del Buen Pastor que provienen de aquel período histórico. Evidentemente esta figura es una síntesis singular del misterio de Cristo y, al mismo tiempo, de su misión siempre en acción. "El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11).

Para nosotros que participamos constantemente en la Eucaristía, que obtenemos la remisión de los pecados en el sacramento de la reconciliación; para nosotros que experimentamos la incesante solicitud de Cristo por el hombre, por la salvación de las almas, por la dignidad de la persona humana, por la rectitud y limpidez de los caminos terrestres de la vida humana, la figura del Buen Pastor es tan elocuente como lo era para los primeros cristianos, que en las pinturas de las catacumbas, representaban a Cristo como Buen Pastor, expresaban la misma fe, el mismo amor y la misma gratitud. Y lo expresaban en períodos de persecución, cuando estaban amenazados de muerte por la confesión de Cristo; cuando se veían obligados a buscar los cementerios subterráneos para orar allí en común y participar en los santos misterios. Las catacumbas de Roma v de las otras ciudades del antiguo Imperio no cesan de ser un testimonio elocuente del derecho del hombre a profesar la fe en Cristo y a confesarlo públicamente. No cesan de ser el testimonio de esa potencia espiritual que brota del Buen Pastor. El se mostró más potente que el antiguo Imperio, y el secreto de esta fuerza es la verdad y el amor de los que el hombre tiene siempre la misma hambre y de los que nunca se sacia.

2. "Yo soy el buen pastor —dice Jesús— y conozco a las mías y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre" (Jn 10, 14-15). ¡Qué maravilloso es este conocimiento! ¡Qué conocimiento! ¡Llega hasta la verdad y el amor eterno cuyo nombre es el "Padre"! Precisamente de esta fuente proviene ese conocimiento particular que hace nacer la auténtica confianza. El conocimiento recíproco: "Yo conozco... y ellas conocen".

No se trata de un conocimiento abstracto, de una certeza meramente intelectual, que se expresa con la frase "sé todo de ti". Más aún, un conocimiento tal suscita el miedo, induce más bien a cerrarse: "No tocar mis secretos, déjame en paz . "Malheur à la connaissance... qui ne tourne point à aimer!: ¡Ay del conocimiento... que no tiende a amar!" (Bossuet, De la connaissance de Dieu e de soi-même, Oeuvre Complètes. Bar-le-Duc 1870, Guérin, pág. 86). En cambio, Cristo dice: "Conozco a las mías", y lo dice del conocimiento liberador que suscita la confianza. Porque, aunque el hombre defienda el acceso a sus secretos, aunque quiera conservarlos para sí mismo, sin embargo tiene todavía más necesidad, "tiene hambre y sed" de Alguien ante quien poder abrirse, a quien poder manifestarse y revelarse. El hombre es persona, y corresponde a la "naturaleza" de la persona, al mismo tiempo, la necesidad del secreto y la necesidad de abrirse. Estas dos necesidades están estrechamente unidas la una con la otra. La una se explica a través de la otra. En cambio, las dos juntas indican la necesidad de Alguien, ante el cual el hombre puede manifestarse. Cierto, pero todavía más; tiene necesidad de Alguien que puedaayudar al hombre a entrar en su propio misterio. Ese "Alguien", sin embargo, debe conquistar la confianza absoluta, debe, revelándose a sí mismo, confirmar que es digno de tal confianza. Debe confirmar y revelar que es Señor y, a la vez, Siervo del misterio interior del hombre.

Precisamente así se ha revelado Cristo. Sus palabras: "Conozco a las mías..." y "las mías... me conocen" encuentran una confirmación definitiva en las palabras que siguen: "Doy mi vida por las ovejas" (Jn 10, 11. 15).

He aquí el perfil interior del Buen Pastor.

3. Durante la historia de la Iglesia del cristianismo jamás han faltado hombres que han seguido a Cristo-Buen Pastor. Ciertamente no faltan tampoco hoy. La liturgia se refiere más de una vez a esta alegoría para presentarnos las figuras de algunos santos, cuando en el calendario litúrgico llega el día de su fiesta. El miércoles último hemos recordado a San Estanislao, Patrono de Polonia, cuyo noveno centenario celebramos este año. En la fiesta de este obispo-mártir leemos una vez más el Evangelio del Buen Pastor.

Hoy quiero referirme a otro personaje, dado que este año se celebra también el 250 aniversario de su canonización. Se trata de la figura de San Juan Nepomuceno. Con este motivo, a petición del cardenal Tomásek, arzobispo de Praga, le he dirigido personalmente una carta especial para la Iglesia en Checoslovaquia.

He aquí algunas frases de esta carta:

«La figura grandiosa de San Juan encierra ejemplos y gracias para todos. La historia nos lo presenta primero como dedicado al estudio y a la preparación para el sacerdocio: consciente como era de que, según la expresión de San Pablo, habría de ser transformado en otro Cristo, él encarna en sí ya el ideal del conocedor de los misterios de Dios, en tensión como estaba a la perfección de las virtudes; ya el ideal de párroco, que santifica a sus fieles con el ejemplo de su vida y con el celo por las almas; ya el de vicario general, ejecutor escrupuloso de sus deberes en el espíritu de la obediencia eclesial.

.»En este ministerio encontró su martirio por la defensa de los derechos y de la legítima libertad de la Iglesia, frente a los caprichos del Rey Wenceslao IV. Este participó personalmente en su tortura, después lo hizo arrojar desde el puente al río Moldava.

»Algún decenio después de la muerte del hombre de Dios, se difundió la voz de que el Rey lo había hecho matar por no haber querido violar el secreto de la confesión. Y así el mártir de la libertad eclesiástica fue venerado también como testigo del sigilo sacramental.

»Puesto que él fue sacerdote, parece natural que los sacerdotes sean los primeros en beber de su fuente, en revestirse de sus virtudes y ser excelentes Pastores. El buen pastor conoce a sus ovejas, sus exigencias, sus necesidades. Les ayuda a desenredarse del pecado, a vencer los obstáculos y las dificultades que encuentran. A diferencia del mercenario, él va en busca de ellas, les ayuda a llevar su peso y sabe animarlas siempre. Cura sus heridas con la gracia, sobre todo a través del sacramento de la reconciliación.

»En efecto, el Papa, el obispo y el sacerdote no viven para sí mismos, sino para los fieles, así como los padres viven para los hijos y como Cristo se entregó al servicio de sus Apóstoles: 'El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos' (Mt 20, 28)».

4. Cristo Señor en su alegoría del Buen Pastor pronuncia todavía estas palabras: "Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10, 16).

Se puede adivinar con facilidad que Jesucristo, hablando directamente a los hijos de Israel, indicaba la necesidad de la difusión del Evangelio y de la Iglesia y, gracias a esto, la extensión de la solicitud del Buen Pastor más allá de los límites del pueblo de la Antigua Alianza.

Sabemos que este proceso comenzó a realizarse ya en los tiempos apostólicos; que constantemente se ha realizado más tarde y continúa realizándose. Tenemos conciencia del alcance universal del misterio de la redención y también del alcance universal de la misión de la Iglesia.

Por esto, terminando esta nuestra meditación de hoy sobre el Buen Pastor, oremos con ardor particular por todas esas "otras ovejas" que Cristo debe conducir todavía a la unidad del redil (cf. Jn 10, 16). Quizá son los que aún no conocen el Evangelio. O quizá los que, por cualquier motivo, lo han abandonado; más aún, quizá también los que se han convertido en sus encarnizados adversarios, los perseguidores.

Que Cristo tome sobre sus hombros y estreche junto a Sí a los que por sí solos no son capaces de volver.

El Buen Pastor da la vida por las ovejas. Por todas.

 

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