Audiencia del 12 de mayo de 1999

Autor: Juan Pablo II

 

Papa Juan Pablo II: Audiencia general de los miércoles

Miércoles 12 de mayo de 1999

   

1. Mi pensamiento vuelve con viva emoción a la visita que Dios me ha concedido realizar los días pasados a Rumanía. Se ha tratado de un acontecimiento histórico, puesto que ha sido mi primer viaje a un país donde los cristianos son en su mayoría ortodoxos. Doy gracias a Dios que, en su providencia, ha dispuesto que esto sucediera en el umbral del año 2000, ofreciendo a los católicos y a los hermanos ortodoxos la oportunidad de realizar juntos un gesto particularmente significativo en el camino hacia la unidad plena, de acuerdo con el espíritu propio del gran jubileo, ya cercano.

Deseo renovar mi agradecimiento a cuantos han hecho posible esta peregrinación apostólica. Agradezco la cordial invitación del presidente de Rumanía, señor Emil Costantinescu, cuya cortesía he apreciado. Doy las gracias con afecto fraterno a Su Beatitud Teoctist, patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana, y al Santo Sínodo: la gran cordialidad con que me han acogido y el cariño sincero que se reflejaba en las palabras y en el rostro de cada uno han dejado una huella indeleble en mi corazón. También doy las gracias a los obispos, tanto greco-católicos como latinos, con quienes he podido confirmar los vínculos de profunda comunión en el amor de Cristo.

Por último, doy las gracias a las autoridades, a los organizadores y a cuantos han colaborado para que todo se desarrollara del mejor modo posible. Al recordar cómo era la situación política hasta hace pocos años, ¿cómo no ver en este acontecimiento un signo elocuente de la acción de Dios en la historia? Entonces era totalmente inimaginable prever una visita del Papa; pero el Señor, que guía el camino de los hombres, ha hecho posible lo que humanamente parecía irrealizable.

2. Con esta peregrinación he querido rendir homenaje al pueblo rumano y a sus raíces cristianas, que se remontan, según la tradición, a la obra evangelizadora del apóstol Andrés, hermano de Simón Pedro. La gente lo comprendió, y acudió en gran número a las calles y a las celebraciones. En el curso de los siglos, la savia de las raíces cristianas ha alimentado  una vena ininterrumpida de santidad, con numerosos mártires y confesores de la fe. Esta herencia espiritual fue recogida en nuestro siglo por numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que dieron testimonio de Cristo durante la larga y dura dominación comunista, afrontando con valentía la tortura, la cárcel y, a veces, incluso la muerte.

¡Con cuánta emoción me recogí en oración ante las tumbas del cardenal Iuliu Hossu y del obispo Vasile Aftenie, víctimas de la persecución durante el régimen dictatorial! ¡Honor a ti, Iglesia de Dios que estás en Rumanía! Sufriste mucho por la verdad, y la verdad te ha hecho libre.

La experiencia del martirio ha unido a los cristianos de las diferentes confesiones presentes en Rumanía. Es único el testimonio de Cristo que han dado ortodoxos, católicos y protestantes con el sacrificio de su vida. El heroísmo de estos mártires impulsa a la concordia y a la reconciliación, para superar las divisiones aún existentes.

3. Este viaje me ha permitido experimentar la riqueza de respirar, como cristianos, con los dos «pulmones» de la tradición oriental y occidental. Me di cuenta de esto en las solemnes y sugestivas celebraciones litúrgicas: en efecto, tuve la alegría de presidir la eucaristía según el rito greco-católico; asistí a la divina liturgia que presidió el patriarca para los hermanos ortodoxos, según el rito bizantino-rumano, y pude orar con ellos; por último, celebré la misa según el rito romano para los fieles de la Iglesia latina.

Durante el primero de estos momentos de solemne e intensa oración, rendí homenaje a la Iglesia greco-católica, probada duramente en los años de la persecución, recordando que en el 2000 se cumplirá el tercer centenario de su unión con Roma. El venerado cardenal Alexandru Todea, a quien el régimen condenó a dieciséis años de cárcel y a veintisiete de arresto domiciliario, es símbolo de la heroica resistencia de esta Iglesia. A pesar de su edad avanzada y de su enfermedad, logró ir a Bucarest: haberlo podido abrazar fue una de las alegrías más grandes de esta peregrinación.

4. Particularmente esperado y significativo fue el encuentro con el patriarca Teoctist y el Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa rumana. El sábado por la tarde fui acogido en el patriarcado con gran cordialidad, y hallé en Su Beatitud y en los demás miembros del Santo Sínodo comprensión fraterna y un sincero deseo de comunión plena, según la voluntad del Señor. En esa ocasión pude asegurar a la Iglesia ortodoxa rumana, comprometida en una importante obra de renovación, el afecto y la colaboración de la Iglesia católica. El amor fraterno es el alma del diálogo, y éste es el camino para superar los obstáculos y las dificultades que perduran, con vistas a alcanzar la unidad plena entre los cristianos. Dios ya ha realizado maravillas en este itinerario de reconciliación: es preciso proseguir por ese camino con empeño y confianza, porque Europa y el mundo necesitan hoy más que nunca el testimonio visible de fraternidad de los creyentes en Cristo.

A esta luz, siento la necesidad de dar las gracias una vez más a la Iglesia ortodoxa rumana, porque, al invitarme, me brindó la oportunidad de poner en práctica algunos aspectos esenciales del ministerio petrino en la perspectiva que indiqué en la encíclica Ut unum sint.

5. El compromiso ecuménico no disminuye; más bien, confirma la tarea de Pastor de la Iglesia católica que corresponde al Sucesor de Pedro. Ejercí este ministerio mío, sobre todo, encontrándome con la Conferencia episcopal rumana, compuesta por obispos de rito latino y de rito greco-católico, cuyo presidente es monseñor Lucian Muresan, arzobispo de Fãgãras y Alba Julia. Los exhorté a anunciar incansablemente el Evangelio, a ser artífices de comunión ya cuidar la formación de los presbíteros y de las numerosas personas llamadas a la vida consagrada, así como de los laicos. Los animé a promover la pastoral juvenil y escolar, y a trabajar en la defensa de la familia, la tutela de la vida y el servicio a los pobres.

6. La nación rumana nació con la evangelización, y en el Evangelio encontrará la luz y la fuerza para realizar su vocación de encrucijada de paz en la Europa del próximo milenio.

El año 1989 fue un momento de cambio también para esta amada nación. Con la caída repentina de la dictadura, comenzó una nueva primavera de libertad; desde entonces, el país está construyendo poco a poco la democracia, meta que se ha de lograr con paciencia y honradez. De sus auténticas fuentes culturales y espirituales Rumanía ha heredado cultura y valores no sólo de la civilización latina -como lo testimonia su misma lengua-, sino también de la bizantina, con muchos elementos eslavos. Por su historia y su posición geográfica es parte integrante de la nueva Europa, que se está construyendo gradualmente después de la caída del muro de Berlín. La Iglesia quiere apoyar este proceso de desarrollo e integración democrática con su colaboración concreta.

7. Recordando que, según una difundida tradición popular, a Rumanía se la llama «Jardín de María», quisiera pedir a la santísima Virgen, en este mes dedicado a ella, que reavive en los cristianos el deseo de la unidad plena, para que todos juntos sean levadura evangélica. A María le suplico que el querido pueblo rumano crezca en los valores espirituales y morales, sobre los que se funda toda sociedad de dimensión humana y atenta al bien común. A ella, Madre celestial de la esperanza, le encomiendo sobre todo las familias y los jóvenes, que son el futuro del amado pueblo de Rumanía.

Saludos

Me es grato saludar a los peregrinos de España y de algunos países de América Latina. De modo especial a la delegación del Estado Mayor de la Fuerza aérea ecuatoriana. Saludo también a los diversos grupos parroquiales y estudiantiles. Según una tradición popular, Rumanía es llamada «Jardín de María». En este mes de mayo le pido a ella que infunda en todos los cristianos el deseo de la plena unidad querida por Cristo. Muchas gracias.

(A los superiores y estudiantes del Pontificio Colegio Pío Rumano)
Me han producido gran alegría los inolvidables encuentros vividos en Bucarest. Demos gracias juntos al Señor porque, después de mi visita, estamos verdaderamente más unidos en la fe y en el amor recíproco. A vosotros os deseo que el período de formación en Roma os prepare a desempeñar con celo vuestro ministerio en el amado pueblo de Rumanía.

(A los estudiantes checos)
Esta semana, el 16 de mayo, celebraréis la fiesta de san Juan Nepomuceno. Ojalá que su ejemplo de fidelidad a Dios despierte la magnanimidad en todos los pastores y fieles, a fin de que siempre sepan actuar prontamente según la exhortación del apóstol Pedro: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (cf. Hch 5, 29).

(En croata)
Queridos hermanos y hermanas: Podemos contemplar al Padre en el Hijo (cf. Jn 14, 6-11), y en las obras de Cristo reconocer la infinita misericordia del Padre hacia el hombre, caído en el pecado y encaminado hacia la senda de la muerte. Esta misericordia brota del amor de Dios, manifestado ya en el momento de la creación del mundo, y del hombre en particular, y que llegó a su culmen en el misterio pascual de Cristo.

Doy ahora una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana; en particular, saludo a los miembros de la Asociación nacional de mutilados e inválidos del trabajo, a los cuales manifiesto aprecio por el empeño que ponen en tutelar a cuantos son víctimas de infortunios. Deseo de corazón que este encuentro sirva para impulsar a la opinión pública a prestar una mayor atención a la seguridad en el mundo del trabajo.

Mi pensamiento se dirige, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

La solemnidad de la Ascensión del Señor, que celebraremos mañana, nos invita a contemplar el momento en el que Jesús, antes de volver al Padre, confía a los Apóstoles el mandato de anunciar a todos los hombres el Evangelio, mensaje universal de salvación.

Queridos jóvenes, no tengáis miedo de poner vuestras energías al servicio del Evangelio, con la generosidad y el entusiasmo característicos de vuestra edad; vosotros, queridos enfermos, dais una aportación valiosa e insustituible a la construcción del reino de Dios, gracias al ofrecimiento diario de vuestros sufrimientos; vosotros, queridos recién casados, haced que vuestras familias sean lugares en los que se aprenda a amar a Dios y al prójimo con serenidad y alegría.