Audiencia del 07 de abril de 1999

Autor: Juan Pablo II

 

Papa Juan Pablo II: Audiencia general de los miércoles

Miércoles 7 de abril de 1999

    

El amor exigente del Padre

1. El amor que Dios Padre siente por nosotros no puede dejarnos indiferentes; más aún, nos exige corresponder a él con un compromiso constante de amor. Este compromiso cobra un significado cada vez más profundo cuanto más nos acercamos a Jesús, que vive plenamente en comunión con el Padre, convirtiéndose en nuestro modelo.

En el marco cultural del Antiguo Testamento, la autoridad del padre es absoluta, y se la considera un punto de referencia para describir la autoridad de Dios creador, a quien no es lícito contradecir. En el libro del profeta Isaías se lee: «¡Ay del que dice a su padre!: "¿Qué has engendrado?", y a su madre: "¿Qué has dado a luz?". Así dice el Señor, el Santo de Israel, que lo ha modelado: "a¿Vais a pedirme señales acerca de mis hijos y a darme órdenes acerca de la obra de mis manos?"» (Is 45, 10 s). Un padre también tiene la tarea de guiar a su hijo, reprendiéndolo con severidad, si fuera necesario. El libro de los Proverbios recuerda que esto vale también para Dios: «El Señor reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido» (Pr 3, 12; cf. Sal 103, 13). Por su parte, el profeta Malaquías testimonia el afecto y la compasión que Dios siente por sus hijos (cf. Ml 3, 17), pero se trata siempre de un amor exigente: «Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel» (Ml 3, 22).

2. La ley que Dios da a su pueblo no es un peso impuesto por un amo despótico; es la expresión del amor paterno, que indica el sendero recto de la conducta humana y la condición para heredar las promesas divinas. Éste es el sentido de la prescripción del Deuteronomio: «Guarda los mandamientos del Señor tu Dios, siguiendo sus caminos y temiéndole, pues el Señor tu Dios te conduce a una tierra buena» (Dt 8, 6-7). La ley, al sancionar la alianza entre Dios y los hijos de Israel, está dictada por el amor. Sin embargo, su transgresión tiene consecuencias dolorosas, aunque se rigen siempre por la lógica del amor, porque obligan al hombre a tomar conciencia saludable de una dimensión constitutiva de su ser. «Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1432).

Si el hombre se separa de su Creador, cae necesariamente en el mal, en la muerte, en la nada. Por el contrario, la adhesión a Dios es fuente de vida y bendición. Es lo que subraya el mismo libro del Deuteronomio: «Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas al Señor tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y te multiplicarás; el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión» (Dt 30, 15 s).

3. Jesús no vino a abolir la Ley en sus valores fundamentales, sino a perfeccionarla, como él mismo dijo en el sermón de la montaña: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5, 17).

Jesús enseña que el precepto del amor es el centro de la Ley, y desarrolla sus exigencias radicales. Al ampliar el precepto del Antiguo Testamento, manda amar a amigos y enemigos, y explica esta extensión del precepto, haciendo referencia a la paternidad de Dios: «Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 43-45; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2784).

Con Jesús se produce un salto de calidad: él sintetiza la Ley y los profetas en una sola norma, tan sencilla en su formulación como difícil en su aplicación: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos» (Mt 7, 12). Incluso presenta esta norma como el camino que hay que recorrer para ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48). El que obra así, da testimonio ante los hombres, para que glorifiquen al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16), y se dispone a recibir el reino que él ha preparado para los justos, según las palabras de Cristo en el juicio final: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25, 34).

4. Jesús, al mismo tiempo que anuncia el amor del Padre, nunca deja de recordar que se trata de un amor exigente. Este rasgo del rostro de Dios se aprecia en toda la vida de Jesús. Su «alimento» consiste en hacer la voluntad del que lo envió (cf. Jn 4, 34). Precisamente porque no busca su voluntad, sino la voluntad del Padre que lo envió al mundo, su juicio es justo (cf. Jn 5, 30). Por eso, el Padre da testimonio de él (cf. Jn 5, 37), y también las Escrituras (cf. Jn 5, 39). Sobre todo las obras que realiza en nombre del Padre garantizan que fue enviado por él (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38). Entre ellas, la más importante es la de dar su vida, como el Padre se lo ha ordenado: esta entrega es precisamente la razón por la que el Padre lo ama (cf. Jn 10, 17-18) y el signo de que él ama al Padre (cf. Jn 14, 31). Si ya la ley del Deuteronomio era camino y garantía de vida, la ley del Nuevo Testamento lo es de modo inédito y paradójico, expresándose en el mandamiento de amar a los hermanos hasta dar la vida por ellos (cf. Jn 15, 12-13).

El «mandamiento nuevo» del amor, como recuerda san Juan Crisóstomo, tiene su razón última de ser en el amor divino: «No podéis llamar padre vuestro al Dios de toda bondad, si vuestro corazón es cruel e inhumano, pues en ese caso ya no tenéis la impronta de la bondad del Padre celestial» (Hom. in illud«Angusta est porta»: PG 51, 44B). Desde esta perspectiva, hay a la vez continuidad y superación: la Ley se transforma y se profundiza como Ley del amor, la única que refleja el rostro paterno de Dios.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial a las participantes en el IV cursillo de colaboradoras del «Regnum Christi» y a la cofradía de la Virgen de la Soterraña, de Olmedo, que celebra el 75° aniversario de la coronación de la imagen, así como a los seminaristas de Barcelona y Barbastro y a los alumnos del colegio San Luis de los Franceses, de Madrid. A todos os bendigo de corazón, invitándoos a descubrir las exigencias del amor de Dios Padre.

(En croata)
Si la Iglesia que está en Croacia permanece fiel a Cristo, podrá responder de forma adecuada a las expectativas y desafíos del momento presente.

(En italiano)
Saludo a los jóvenes presentes, especialmente a los numerosos grupos de muchachos y muchachas que hacen este año su «profesión de fe». Provienen de diversos arciprestazgos, parroquias y oratorios de Lombardía. Sed siempre fieles a vuestro bautismo: vivid en plenitud vuestra consagración bautismal y sed testigos de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Dirijo un pensamiento afectuoso también a vosotros, queridos enfermos. Que la luz de la Pascua os ilumine y os sostenga en vuestros sufrimientos. Y vosotros, queridos recién casados, sacad del misterio pascual el valor para ser protagonistas en la Iglesia y en la sociedad, contribuyendo con vuestro amor fiel y fecundo a la construcción de la civilización del amor. Con estos deseos, os bendigo a todos de corazón.