Audiencia del 03 de mayo, 2000

Autor: Juan Pablo II

 

Papa Juan Pablo II: Audiencia general de los miércoles Miércoles 3 de mayo 2000 

  
1. Al final del relato de la muerte de Cristo, el Evangelio hace resonar la voz del centurión romano, que anticipa la profesión de fe de la Iglesia:  "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15, 39). En las últimas horas de la existencia terrena de Jesús se actúa en las tinieblas la suprema epifanía trinitaria. En efecto, el relato evangélico de la pasión y muerte de Cristo registra, aun en el abismo del dolor, la permanencia de su relación íntima con el Padre celestial.

Todo comienza durante la tarde de la última cena en la tranquilidad del Cenáculo, donde, sin embargo, ya se cernía la sombra de la traición. Juan nos ha conservado los discursos de despedida que subrayan estupendamente el vínculo profundo y la recíproca inmanencia entre Jesús y el Padre:  "Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. (...) Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. (...) Lo que yo os digo, no lo digo por cuenta propia. El Padre que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme:  yo estoy en el Padre y el Padre en mí" (Jn 14, 7. 9-11).

Al decir esto, Jesús citaba las palabras que había pronunciado poco antes, cuando declaró de modo lapidario:  "Yo y el Padre somos uno. (...) El Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10, 30. 38). Y en la oración que corona los discursos del Cenáculo, dirigiéndose al Padre en la contemplación de su gloria, reafirma:  "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros" (Jn 17, 11). Con esta confianza absoluta en el Padre, Jesús se dispone a cumplir su acto supremo de amor (cf. Jn 13, 1).

2.  En la Pasión, el vínculo que lo une al Padre se manifiesta de modo particularmente intenso y, al mismo tiempo, dramático. El Hijo de Dios vive plenamente su humanidad, penetrando en la oscuridad del sufrimiento y de la muerte que pertenecen a nuestra condición humana. En Getsemaní, durante una oración semejante a una lucha, a una "agonía", Jesús se dirige al Padre con el apelativo arameo de la intimidad filial:  "¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14, 36).

Poco después, cuando se desencadena contra él la hostilidad de los hombres, recuerda a Pedro que esa hora de las tinieblas forma parte de un designio divino del Padre:  "¿Piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?" (Mt 26, 53-54).

3.  También el diálogo procesal con el sumo sacerdote se transforma en una revelación de la gloria mesiánica y divina que envuelve al Hijo de Dios:  «El sumo sacerdote le dijo:  "Te conjuro por Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Díjole Jesús:  "Tú lo has dicho. Y yo os digo que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo"» (Mt 26, 63-64).

Cuando fue crucificado, los espectadores le recordaron sarcásticamente esta proclamación:  «Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo:  "Soy Hijo de Dios"» (Mt 27, 43). Pero para esa hora se le había reservado el silencio del Padre, a fin de que se solidarizara plenamente con los pecadores y los redimiera. Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica:  «Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado. Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre, nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios» (n. 603).

4.  En realidad, en la cruz Jesús sigue manteniendo su diálogo íntimo con el Padre, viviéndolo con toda su humanidad herida y sufriente, sin perder jamás la actitud confiada del Hijo que es "uno" con el Padre. En efecto, por un lado está el silencio misterioso del Padre, acompañado por la oscuridad cósmica y subrayado por el grito:  «"¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?". Que quiere decir:  "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?"» (Mt 27, 46).

Por otro, el Salmo 22, aquí citado por Jesús, termina con un himno al Señor soberano del mundo y de la historia; y este aspecto se manifiesta en el relato de Lucas, según el cual las últimas palabras de Cristo moribundo son una luminosa cita del Salmo con la añadidura de la invocación al Padre:  "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46; cf. Sal 31, 6).

5.  También el Espíritu Santo participa en este diálogo constante entre el Padre y el Hijo. Nos lo dice la carta a los Hebreos, cuando describe con una fórmula en cierto modo trinitaria la ofrenda sacrificial de Cristo, declarando que «por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios» (Hb 9, 14). En efecto, en su pasión, Cristo abrió plenamente su ser humano angustiado a la acción del Espíritu Santo, y este le dio el impulso necesario para hacer de su muerte una ofrenda perfecta al Padre.

Por su parte, el cuarto evangelio relaciona estrechamente el don del Paráclito con la "ida" de Jesús, es decir, con su pasión y su muerte, cuando cita estas palabras del Salvador:  «Pero yo os digo la verdad:  Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7). Después de la muerte de Jesús en la cruz, en el agua que brota de su costado herido (cf. Jn 19, 34), es posible reconocer un símbolo del don del Espíritu (cf. Jn 7, 37-39). El Padre, entonces, glorifica a su Hijo, dándole la capacidad de comunicar el Espíritu a todos los hombres.

Elevemos nuestra contemplación a la Trinidad, que se revela también en el día del dolor y de las tinieblas, releyendo las palabras del "testamento" espiritual de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein):  «No nos puede ayudar únicamente la actividad humana, sino la pasión de Cristo:  participar en ella es mi verdadero deseo. Acepto desde ahora la muerte que Dios me ha reservado, en perfecta unión con su santa voluntad. Acoge, Señor, para tu gloria y alabanza, mi vida y mi muerte por las intenciones de la Iglesia. Que el Señor sea acogido entre los suyos, y venga a nosotros su Reino con gloria» (La fuerza de la cruz).

Saludos
(A los holandeses y belgas)
El Señor nos invita a escuchar su palabra, a conocerla a fondo, y a compartir su camino. Que vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles os proporcione la experiencia  de la presencia de Cristo resucitado en su Iglesia.(A los checos)
El sábado celebraremos la fiesta de san Juan Sarkander. Este sacerdote supo vivir del misterio pascual:  el Salvador fue para él fuerza incluso en el martirio. Ojalá que también vosotros saquéis fuerza de la cruz de Cristo y de su resurrección.

(A los croatas)
Queridos hermanos y hermanas, hay que anunciar el Evangelio al mundo contemporáneo sin cansarse y sin componendas, conscientes de que es "poder de Dios para la salvación de todo el que cree"(Rm 1, 16). Al mismo tiempo, para poder responder plenamente a las exigencias de la nueva evangelización, es importante que el actuar cotidiano de los bautizados esté imbuido de la unidad real entre los fieles laicos y sus pastores.

(En español) Deseo saludar a los numerosos peregrinos de lengua española, en especial a los Capuchinos y a las religiosas del Instituto pontificio "Regina Mundi". Saludo también a los feligreses del Ordinariato militar español, y a diversas asociaciones y grupos parroquiales y escolares de España, así como a los peregrinos de Argentina, Bolivia, Uruguay y de otros países latinoamericanos. Aliento a todos a vivir como hombres nuevos con la fuerza espiritual de Cristo resucitado. Muchas gracias.(En polaco)
Dirijo un saludo cordial a los polacos presentes en esta audiencia, en particular al cardenal Macharski, de Cracovia; a mons. Zbigniew Kraszewski, de Varsovia; a mons. Roman Andrzejewski, de Wloclawek; a los sacerdotes que han venido, juntamente con sus fieles, a la canonización de sor Faustina; a las religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia; a los miembros de "Solidaridad", que han participado, encabezados por su presidente, dr. Marian Krzaklewski, en el jubileo del mundo del trabajo en Roma; a los numerosos grupos parroquiales y de jóvenes; al grupo de invidentes de Laski, cerca de Varsovia; a los coros de Sandomierz y de Wyrzysk, al coro "Halka".

1.  Nuestros pensamientos se dirigen hoy a la Madre de Dios, a la Reina de Polonia, cuya fiesta se celebra precisamente el 3 de mayo. Con ocasión de esta solemnidad del 3 de mayo, vienen a la memoria las palabras que el rey Juan Casimiro pronunció ante la imagen de la Virgen de las Gracias, en la catedral de Lvov, el 1 de abril de 1656:  "Gran Madre de Dios-hombre, santísima Virgen, yo, Juan Casimiro, rey por la misericordia de tu Hijo, Rey de reyes, (...) rey postrado a tus santísimos pies, hoy te tomo como mi protectora y reina de mis Estados". Con este histórico y solemne acto, el rey Juan Casimiro puso todo nuestro país bajo la protección de la Madre de Dios.

El 3 de mayo es también el aniversario de la Constitución de 1791. Esta coincidencia ha permitido que en el mismo día celebremos la fiesta religiosa y la fiesta nacional.

No es lícito olvidar estos acontecimientos enraizados tan profundamente en la historia de la nación. Han entrado con tanta fuerza en la conciencia de los polacos, que su recuerdo ha superado todos los momentos más difíciles vividos por la nación:  el período de las reparticiones, que duró más de cien años; el tiempo de dos guerras mundiales; las persecuciones; y los muchos años de dominación del sistema comunista.

2.  Hoy nuestros pensamientos se dirigen también a los santos mártires, testigos de Cristo en los comienzos de nuestra historia:  san Adalberto y san Estanislao. El testimonio del martirio de san Adalberto, el testimonio de su sangre, selló de modo particular el bautismo recibido por nuestros antepasados hace mil años. Su martirio puso las bases del cristianismo en toda Polonia. San Estanislao, patrono del orden moral, vela en cierto sentido por esta herencia. Vela por lo que es más importante en la vida del cristiano y por los fundamentos de nuestra patria. Vela por el orden moral en la vida de las personas y de la sociedad. ¿Qué es este orden moral? Está relacionado con la observancia de la ley, con la fidelidad a los mandamientos y a la conciencia cristiana. Gracias a él podemos distinguir el bien del mal, y liberarnos de diversas formas de esclavitud moral. Estos dos santos, Adalberto y Estanislao, completan el tríptico de las fiestas patronales:  la Madre de Dios, Reina de Polonia, san Adalberto y san Estanislao.

3.  El testimonio del martirio, dado hace mil años en nuestra tierra por el obispo de Praga y por el obispo de Cracovia, perdura a lo largo de los siglos de generación en generación, y produce frutos de santidad siempre nuevos. Uno de estos frutos es también la canonización de sor Faustina Kowalska, que tuvo lugar el domingo pasado. Esta sencilla religiosa recordó al mundo que Dios es amor, que es rico en misericordia, y que su amor es más fuerte que la muerte, más poderoso que el pecado y que cualquier mal. El amor levanta al hombre de las mayores caídas y lo libra de los mayores peligros.

4.  "No olvidemos las hazañas de Dios" (cf. Sal 78, 7), exclama el salmista, admirado por la sabiduría y la bondad de Dios. Que esta reflexión sea para nosotros motivo de aliento, a fin de conservar la gran riqueza que encierra la historia de nuestra patria desde sus comienzos. Que se transmita de generación en generación el recuerdo de las maravillas de Dios que se realizaban y se realizan en nuestra tierra. No pertenecen sólo al pasado. Son una fuente incesante de la fuerza de la nación en su camino de fidelidad al Evangelio, en su camino hacia el futuro.
¡Alabado sea Jesucristo!

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Me dirijo ahora con afecto a vosotros, queridos jóvenes, queridos enfermos y queridos recién casados. Acabamos de comenzar el mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen María.
Un saludo especial a vosotros, queridos jóvenes. Y entre los muchos que estoy viendo aquí presentes saludo a los estudiantes de las escuelas medias inferiores de la provincia de Tarento, que participan en el concurso "Giubileo duemila", al grupo de estudiantes rusos de la escuela "Alma Mater" de San Petersburgo, huéspedes de la Asociación cultural "Mondo dell'Arte" de Roma, así como al grupo "Ragazzi per l'unità" del movimiento de los Focolares, que se adhieren al proyecto "Percorrere il Duemila lungo i sentieri dell'unità e della solidarietà". Queridos muchachos y muchachas, amad cada vez más tiernamente a la Madre de Dios y Madre nuestra, a fin de que sea cada vez más para vosotros modelo de fidelidad a Cristo.

Queridos enfermos, os encomiendo a la Virgen, invocada con el título de "Salud de los enfermos":  que su materna protección os ayude a superar con paciencia los momentos difíciles.

Y vosotros, queridos recién casados, aprended de María de Nazaret el estilo de vida de la familia cristiana, caracterizado por un amor sincero y una generosa docilidad a la Palabra de Dios.