Audiencia - 12 de septiembre de 2001

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II    

AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 12 de septiembre de 2001

No puedo iniciar esta audiencia sin expresar profundo dolor por los ataques terroristas que en el día de ayer ensangrentaron a Estados Unidos, causando miles de víctimas y numerosísimos heridos. Al presidente de Estados Unidos y a todos los ciudadanos americanos les manifiesto mi más sentido pésame. Ante acontecimientos de un horror tan incalificable no podemos menos de quedar profundamente turbados. Me uno a cuantos en estas horas han expresado su indignada condena, reafirmando con vigor que los caminos de la violencia nunca llevan a verdaderas soluciones de los problemas de la humanidad.

Ayer  fue  un  día  tenebroso  en  la historia  de  la  humanidad,  una  terrible  afrenta contra la dignidad del hombre. Desde que recibí la noticia, seguí con intensa participación el desarrollo de la situación, elevando al Señor mi apremiante oración. ¿Cómo pueden verificarse episodios de una crueldad tan salvaje? El corazón del hombre es un abismo del que brotan a veces planes de inaudita atrocidad, capaces de destruir en unos instantes la vida serena y laboriosa de un pueblo. Pero la fe sale a nuestro encuentro en estos momentos en los que todo comentario parece inadecuado. La palabra de Cristo es la única que puede dar una respuesta a los interrogantes que se agitan en nuestro espíritu.  Aun  cuando  parecen  dominar las  tinieblas,  el  creyente  sabe  que el mal  y  la  muerte  no  tienen  la  última palabra.  Aquí se funda la esperanza cristiana; aquí se alimenta, en este momento, nuestra confianza apoyada en la oración.

Con gran afecto me dirijo al amado pueblo de Estados Unidos en esta hora de angustia y desconcierto, en la que se pone a dura prueba el valor de tantos hombres y mujeres de buena voluntad. De manera especial abrazo a los familiares de los muertos y de los heridos, y les aseguro mi cercanía espiritual. Encomiendo a la misericordia del Altísimo a las víctimas inermes de esta tragedia, por las cuales he celebrado esta mañana la santa misa, implorando para ellas el descanso eterno. Que Dios infunda valor a los supervivientes, secunde con su ayuda la obra benemérita de los socorristas y de los numerosos voluntarios, que en estas horas se dedican con todas sus energías a afrontar tan dramática emergencia. Os invito también a vosotros, queridos hermanos y hermanas, a uniros a mi oración.

Pidamos al Señor que no prevalezca la espiral del odio y de la violencia. La Virgen santísima, Madre de misericordia, suscite en el corazón de todos pensamientos de sensatez y propósitos de paz.

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(A la peregrinación carmelitana) Este feliz acontecimiento no sólo afecta a los devotos de la Virgen del Carmen, sino también a toda la Iglesia, ya que el rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, gracias a la difusión de la devoción al santo escapulario, en un tesoro para todo el pueblo de Dios. Acudid constantemente a este admirable patrimonio espiritual, para ser cada día testigos creíbles de Cristo y de su Evangelio.

A este compromiso especial os he invitado con la carta que el pasado 25 de marzo dirigí a los superiores generales de la Orden de los Carmelitas y de la Orden de los Carmelitas Descalzos. En ella escribí, entre otras cosas, que el escapulario es esencialmente un hábito que evoca, por una parte, la protección continua de la Virgen María en esta vida y en el tránsito a la plenitud de la gloria eterna; y por otra, la certeza de que la devoción a ella debe constituir un "distintivo", es decir, un estilo de vida cristiana impregnada de oración y vida interior. Ojalá que esta celebración sea para cada uno de vosotros ocasión de conversión personal y renovación comunitaria, respondiendo siempre a la gracia divina, que nos fortalece en el camino hacia la santidad.

ORACIÓN DE LOS FIELES  

El Santo Padre: Hermanos y hermanas, con gran preocupación, frente al horror de la violencia destructora, pero con la fuerza de la fe que siempre ha guiado a nuestros padres, nos dirigimos al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, salvación de su pueblo, y con confianza de hijos le suplicamos que venga en nuestra ayuda en estos días de luto y de dolor inocente.
Lector: 1. Por las Iglesias de Oriente y de Occidente, y en particular por la Iglesia que vive en Estados Unidos, para que, aunque postrada por el desconcierto y el luto, inspirándose en la Madre del Señor, mujer fuerte al pie de la cruz de su Hijo, alimenten en los corazones deseos de reconciliación y paz y trabajen por la construcción de la civilización del amor, roguemos al Señor.

2.  Por todos los que llevan el nombre de cristianos, para que, en las tristes vicisitudes de una humanidad llena de incomprensión y de odio, sigan siendo testigos de la presencia de Dios en la historia y de la victoria de Cristo sobre la muerte, roguemos al Señor.

3.  Por los responsables de las naciones, para que no se dejen dominar por el odio y el espíritu de venganza, hagan todo lo posible por evitar que las armas de destrucción siembren nuevo odio y nueva muerte, y se esfuercen por iluminar la oscuridad de las vicisitudes humanas con obras de paz, roguemos al Señor.

4.  Por los que lloran y sufren por la pérdida violenta de familiares y amigos, a fin de que en esta hora de sufrimiento no se dejen vencer por el dolor, la desesperación y la venganza, sino que sigan teniendo fe en la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, y trabajen por construir un mundo mejor, roguemos al Señor.

5.  Por los heridos y los que sufren a causa de los insensatos actos terroristas, para que recuperen pronto estabilidad y salud, y ante el don de la vida alimenten en su corazón deseos de construcción, colaboración y servicio a toda forma de vida, sin rencores ni sentimientos de venganza, y se conviertan en artífices de justicia y constructores de paz, roguemos al Señor.

6.  Por los hermanos y hermanas que han encontrado la muerte en la locura de la violencia, a fin de que hallen en la paz del Señor su segura alegría y la vida sin fin, y su muerte no sea vana, sino levadura para tiempos nuevos de fraternidad y colaboración entre los pueblos, roguemos al Señor.

El Santo Padre: 

Señor Jesús, acuérdate ante tu Padre de nuestros hermanos difuntos y de nuestros hermanos que sufren. Acuérdate también de nosotros y admítenos a rezar con tus palabras:  

"Pater noster...".

El Santo Padre: 

¡Oh Dios omnipotente y misericordioso, no te puede comprender quien siembra la discordia, no te puede acoger quien ama la violencia!:  mira nuestra dolorosa situación humana probada por crueles actos de terror y muerte, conforta a tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza, para que nuestro tiempo pueda conocer todavía días de serenidad y paz. Por Cristo, nuestro Señor. Amén

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