Ángelus del domingo 7 de septiembre de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 7 de septiembre de 1980

1. "Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: ¿pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?" (Sab 9, 16-17).

Estas palabras de la liturgia de hoy deseo ponerlas, en cierto modo, en los labios de Santa Catalina de Siena; pues pienso ir en peregrinación a su ciudad natal el domingo próximo 14 de septiembre, con ocasión del VI centenario de la muerte de esta gran Santa, Doctora de la Iglesia y Patrona de Italia.

2. Al cabo de seis siglos sigue hablándonos el testimonio de la vida de esta extraordinaria Sierva de Dios que la Sabiduría eterna eligió y desposó de modo tan admirable, y le dio a conocer sus proyectos a lo largo de una vida terrena de apenas 33 años.

Deseo responder a un deseo de mi corazón acudiendo a Siena a venerar a esta virgen que la Sabiduría divina puso tan en evidencia en la historia de la Iglesia, y le confió en tiempos difíciles y críticos una misión providencial respecto de la Iglesia y de su patria.

3. Como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro en esta Sede, tengo deuda especial con esta Santa que, siendo esposa de Cristo y llevando la cruz en pos de su Esposo y Maestro, derramó en la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo en la tierra, todo el amor que a Él tenía. Ella se comportó con esta Iglesia como el constructor prudente de que habla el Evangelio de hoy y como el rey que estaba a punto de partir a guerrear contra otro rey.

El amor a la cruz suscitó en Catalina de Siena esa prudencia heroica a la que los Sucesores de San Pedro son también deudores por el hecho de que siguen construyendo sobre el mismo fundamento puesto aquí en Roma por el Apóstol, y sostienen la lucha espiritual a ellos encomendada, confiados en la fuerza que viene del Señor y no sólo en el cálculo humano.

4. En fin, siento necesidad particular de visitar el nido familiar de la que es Patrona principal de Italia junto con San Francisco de Asís. Deseo confiar a ella los problemas de esta nueva patria mía. Es necesario que Santa Catalina siga estando presente en estos problemas con su testimonio particular de santidad de alma y cuerpo, y también de la dignidad personal que fue característica de una mujer en la que se unieron en medida insólita la sabiduría y el amor.

5. Confiamos en que la Santa de Siena repita también a los italianos de hoy: "Procuro constantemente vuestro bien de alma y cuerpo, sin pararme ante fatiga alguna, ofreciendo a Dios deseos dulces y amorosos con abundancia de lágrimas y suspiros para conseguir que los juicios divinos no caigan sobre vosotros... Os amo más de lo que vosotros os amáis, y amo tanto como vosotros que estéis en paz y os mantengáis" (cf. Carta 201).

En particular a quien también hoy en día cede ante las sugerencias tenebrosas del odio y la violencia, Catalina recuerda: "El que está en odio mortal queriendo matar a su enemigo, se ha herido primero a sí mismo en el pecho, porque la punta del odio le ha atravesado el corazón y éste ha muerto a la gracia... Quiero que hagáis las paces con Dios y con vuestros enemigos, porque de otro modo no la podríais hacer con la dulce Verdad primera, si antes no la hacéis con vuestro prójimo" (cf. Carta 195).

6. Quiero recordar hoy con gran afecto a mi hermano en el Episcopado, el administrador apostólico del Cantón, en la China continental, Su Excelencia mons. Dominic Tang, de la Compañía de Jesús. Mañana 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, celebrará los 50 años de vida religiosa.

La reciente noticia de la liberación de este benemérito prelado después de 22 años de cárcel, padecidos -como él mismo ha tenido a bien declarar- por obediencia al Papa, me han colmado el corazón de profundo gozo, emoción, agradecimiento y merecida estima. Con la misma emoción y profunda estima pienso en todos los hermanos y hermanas que, como católicos, dan testimonio de fe, oración y práctica religiosa, y demuestran su adhesión inquebrantable a la Sede apostólica y al Sucesor del Apóstol Pedro, siervo de los siervos de Dios y signo de la unidad visible de la Iglesia, según la voluntad de Cristo.

El Señor, que mandó a sus Apóstoles al mundo entero, y les encomendó enseñar a todas las naciones, está ciertamente cerca, de modo particular de estos hijos e hijas de la Iglesia en China que, manteniendo la fidelidad católica al Evangelio, al mismo tiempo ponen de manifiesto el amor a su patria y trabajan por su bien con mayor buena voluntad. Pues la Iglesia ha procurado siempre que sus confesores contribuyan al bien de toda patria terrena. Encontramos pruebas de ello en muchos pueblos del mundo.

Y como hijo de mi nación, sé en qué medida debo mi amor a la patria, a las enseñanzas de Cristo y a la misión de la Iglesia en la historia de mi nación.

Y por ello, al formular una felicitación cordial por los 50 años de profesión religiosa de mons. Tang, seguiré encomendando en la oración a todos los hijos e hijas de la Iglesia de su patria, pidiendo a Dios un porvenir de prosperidad y progreso para todo el pueblo chino.

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