Al Secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar

Autor: Juan Pablo II

 

CONFLICTO DEL GOLFO PÉRSICO

CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACIÓN
DE LAS NACIONES UNIDAS

A su excelencia el señor
Javier PÉREZ DE CUÉLLAR
secretario general de las Naciones Unidas

Como usted sabe, los pasados días 4 y 5 de marzo he querido reunirme con los patriarcas de las Iglesias católicas de Oriente Medio, así como con los representantes de los Episcopados de los países más implicados en la reciente guerra del Golfo. Este encuentro fue convocado tanto para favorecer un intercambio de informaciones y una evaluación de las diversas consecuencias negativas del conflicto, como para buscar juntos las iniciativas más oportunas que permitan aportar algún remedio.

Se ha tratado primordialmente de un encuentro de pastores, unidos por una preocupación común frente a la actual coyuntura y el futuro de las comunidades cristianas en Oriente Medio que, como es sabido, constituyen una minoría en el seno de sociedades mayoritariamente musulmanas o judías.

El primer propósito que ha surgido de este encuentro ha sido el de proseguir y desarrollar el diálogo, no sólo entre cristianos y musulmanes, sino también entre cristianos y judíos, con la firme esperanza de lograr un mejor conocimiento recíproco, una confianza mutua y una colaboración concreta. Así todas las comunidades podrán manifestar libremente su fe y participar con pleno derecho en la construcción de las sociedades en las que están implantadas.

Además, se ha manifestado la convicción de que un diálogo interreligioso sincero, entablado en un clima de auténtica libertad religiosa, puede contribuir notablemente a alcanzar la justicia y a garantizar la paz, que tanto necesita el Oriente Medio.

Los patriarcas y los obispos no han dejado de referirse al papel de la comunidad internacional, expresando su gran estima hacia el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas. Piensan que ahora, una vez terminada la guerra del Golfo, se requiere mucha buena voluntad y realizar grandes esfuerzos para afrontar todos los problemas: los que han surgido, los que se han agravado a causa del conflicto y los que existen desde hace mucho tiempo en la zona y para los cuales todavía no se ha encontrado una solución.

Los pastores de las Iglesias católicas de Oriente Medio y de Occidente confían en la obra de la Organización de las Naciones Unidas, y desean que las negociaciones para una paz justa en el Golfo no impliquen humillación para nadie, ni castigo para ningún pueblo. Al mismo tiempo, confían en que, merced a la mediación dé la Organización de las Naciones Unidas y de sus organismos especializados, no falten la sensibilidad y la solidaridad internacional a todos aquellos a quienes la guerra ha colocado en situación de necesidad.

Naturalmente, en el curso de este encuentro se han abordado otros grandes problemas de Oriente Medio. Han merecido particular atención los que atañen al pueblo palestino y al pueblo libanés, que conservan íntegramente su dramática realidad a pesar de las numerosas resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas. Los pastores esperan que se llegue a un compromiso internacional enérgico, a fin de emprender lo antes posible un camino concreto hacia la solución de estos problemas. De esta manera, todos los pueblos de la zona verán reconocidos sus derechos y sus legítimas aspiraciones, y podrán vivir en paz y armonía.

También la ciudad de Jerusalén ha sido objeto de la solicitud de los patriarcas y los obispos, pues temen que las esperadas negociaciones políticas en torno a los otros problemas de la zona puedan disminuir el interés hacia la Ciudad Santa y sus características, y que sus exigencias no sean tomadas debidamente en consideración.

En nombre de los participantes en el encuentro, y de las comunidades que ellos representan, le encomiendo, señor secretario general, estas esperanzas y preocupaciones. Lo hago persuadido de que su sensibilidad y su profundo conocimiento de los problemas contribuyan a que estén presentes en el espíritu de quienes, en el momento de la búsqueda de la justicia y de la consolidación de la paz, tienen la gran responsabilidad de guiar el destino de los pueblos.

Que Dios bendiga su persona y su misión.

Vaticano, 21 de marzo de 1991.

JOANNES PAULUS PP.II

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