Al arzobispo de Boston

Autor: Juan Pablo II

 

 

CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL ARZOBISPO DE BOSTON

 

Al venerable hermano
cardenal BERNARD LAW
Arzobispo de Boston

A usted, a sus hermanos en el episcopado, y al gran número de fieles de Estados Unidos reunidos en el santuario nacional de la Inmaculada Concepción para orar por el fin de la tragedia del aborto en su país, les aseguro mi cercanía espiritual y comparto su preocupación por el continuo holocausto de vidas humanas inocentes. El XXV aniversario de la decisión que legalizó efectivamente en Estados Unidos el aborto solicitado constituye un llamamiento a los hombres de buena voluntad a reflexionar seriamente sobre las consecuencias devastadoras de ese paso. Ya es hora de comprometerse nuevamente en la construcción de una cultura de absoluto respeto a la vida, desde su concepción hasta su muerte natural.

Como ha mostrado la experiencia de estos veinticinco años, el aborto legalizado ha sido una fuerza destructora para la vida de numerosas personas, especialmente de mujeres que a menudo han tenido que afrontar solas el dolor y el remordimiento profundos que surgen después de la decisión de acabar con la vida de un niño por nacer. Pero la proliferación de abortos provocados también ha tenido efectos negativos en la sociedad en general, entre los que figuran en primer lugar la disminución del respeto a la vida de los ancianos y enfermos, y la degradación del sentido moral. Cuando la ley aprueba el asesinato de un inocente, se oscurece la distinción entre el bien y el mal, y la sociedad tiende a justificar incluso prácticas evidentemente inmorales, como el aborto de niños a punto de nacer.

Entre las graves amenazas contra la dignidad y la libertad humana representadas por el aborto, la eutanasia y otros crímenes contra el don de la vida que nos ha hecho Dios, un signo positivo de los tiempos es el hecho de que, gracias a los esfuerzos de un gran número de ciudadanos solícitos, se ha producido una movilización gradual de las conciencias en defensa de la vida. Como parte de esta gran afirmación del evangelio de la vida, os exhorto a proseguir vuestros meritorios esfuerzos para informar a la gente sobre el mal que representa el aborto, a brindar consejo, aliento y ayuda a las mujeres y familias que se encuentran en situaciones difíciles, y a seguir buscando la plena protección legal de los niños por nacer.

En particular, invito a los muchachos y muchachas a comprometerse en esta gran campaña en defensa del don de la vida que nos ha hecho Dios. Vosotros sois un signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. ¡No os desaniméis ni tengáis miedo! El Señor resucitado nos llama a todos a proclamar, celebrar y servir a la vida, y nos dará la fuerza para cumplir su voluntad.

En unión con todos los que se han reunido para orar por una nueva cultura de la vida en Estados Unidos y en todo el mundo, confío esta intención a María Inmaculada, Madre del Redentor. Como prenda de alegría y paz en nuestro Señor Jesucristo, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

Vaticano, 29 diciembre de 1997

 

JOANNES PAULUS PP. II