Papa Juan Pablo II: Audiencia general de los miércoles
Miércoles 21 de abril de 2004
Confianza en Dios ante el peligro
1. Nuestro itinerario a lo largo de las Vísperas se reanuda hoy con el
salmo 26, que la liturgia distribuye en dos pasajes. Seguiremos ahora la primera
parte de este díptico poético y espiritual (cf. vv. 1-6), que tiene como fondo
el templo de Sión, sede del culto de Israel. En efecto, el salmista habla
explícitamente de "casa del Señor", de "santuario" (v. 4), de "refugio, morada,
casa" (cf. vv. 5-6). Más aún, en el original hebreo, estos términos indican más
precisamente el "tabernáculo" y la "tienda", es decir, el corazón mismo del
templo, donde el Señor se revela con su presencia y su palabra. Se evoca también
la "roca" de Sión (cf. v. 5), lugar de seguridad y refugio, y se alude a la
celebración de los sacrificios de acción de gracias (cf. v. 6).
Así pues, si la liturgia es el clima espiritual en el que se encuentra inmerso
el salmo, el hilo conductor de la oración es la confianza en Dios, tanto en el
día de la alegría como en el tiempo del miedo.
2. La primera parte del salmo que estamos meditando se encuentra marcada por una
gran serenidad, fundada en la confianza en Dios en el día tenebroso del asalto
de los malvados. Las imágenes usadas para describir a esos adversarios, los
cuales constituyen el signo del mal que contamina la historia, son de dos tipos.
Por un lado, parece que hay una imagen de caza feroz: los malvados son como
fieras que avanzan para atrapar a su presa y desgarrar su carne, pero tropiezan
y caen (cf. v. 2). Por otro, está el símbolo militar de un asalto, realizado por
un ejército entero: es una batalla que se libra con gran ímpetu, sembrando
terror y muerte (cf. v. 3).
La vida del creyente con frecuencia se encuentra sometida a tensiones y
contestaciones; a veces también a un rechazo e incluso a la persecución. El
comportamiento del justo molesta, porque los prepotentes y los perversos lo
sienten como un reproche. Lo reconocen claramente los malvados descritos en el
libro de la Sabiduría: el justo "es un reproche de nuestros criterios;
su sola presencia nos es insufrible; lleva una vida distinta de todos y sus
caminos son extraños" (Sb 2, 14-15).
3. El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso
desprecio y hostilidad en una sociedad que a menudo busca a toda costa el
beneficio personal, el éxito exterior, la riqueza o el goce desenfrenado. Sin
embargo, no está solo y su corazón conserva una sorprendente paz interior,
porque, como dice la espléndida "antífona" inicial del salmo, "el Señor es mi
luz y mi salvación (...); es la defensa de mi vida" (Sal 26, 1).
Continuamente repite: "¿A quién temeré? (...) ¿Quién me hará temblar? (...) Mi
corazón no tiembla. (...) Me siento tranquilo" (vv. 1-3).
Casi nos parece estar escuchando la voz de san Pablo, el cual proclama: "Si
Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rm 8, 31). Pero la
serenidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene
refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y
comunitaria.
4. En efecto, el orante se encomienda a Dios, y su sueño se halla expresado
también en otro salmo: "Habitar en la casa del Señor por años sin término" (cf.
Sal 22, 6). Allí podrá "gozar de la dulzura del Señor" (Sal 26,
4), contemplar y admirar el misterio divino, participar en la liturgia del
sacrificio y elevar su alabanza al Dios liberador (cf. v. 6). El Señor crea en
torno a sus fieles un horizonte de paz, que deja fuera el estrépito del mal. La
comunión con Dios es manantial de serenidad, de alegría, de tranquilidad; es
como entrar en un oasis de luz y amor.
5. Escuchemos ahora, para concluir nuestra reflexión, las palabras del monje
Isaías, originario de Siria, que vivió en el desierto egipcio y murió en Gaza
alrededor del año 491. En su Asceticon aplica este salmo a la oración
durante la tentación: "Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es
decir, con la acidia, sea debilitando nuestra alma con los placeres, sea
haciendo que no reprimamos nuestra cólera contra el prójimo cuando no obra como
debiera; si agravan nuestros ojos para que busquemos la concupiscencia; si
quieren inducirnos a gustar los placeres de la gula; si hacen que la palabra del
prójimo sea para nosotros como un veneno; si nos impulsan a devaluar la palabra
de los demás; si nos inducen a establecer diferencias entre nuestros hermanos,
diciendo: "Este es bueno; ese es malo"; por tanto, si todas estas cosas nos
rodean, no nos desanimemos; al contrario, gritemos como David, con corazón
firme, clamando: "Señor, defensa de mi vida" (Sal 26, 1)" (Recueil
ascétique, Bellefontaine 1976, p. 211).
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de España y de América Latina,
especialmente a los sacerdotes españoles que realizan un curso de actualización;
a las jóvenes colaboradoras del "Regnum Christi"; a los feligreses de San Frutos
y a los miembros de la asociación cultural de Segovia; también al colegio Albert
Camus de Guadalajara, México. Os invito a confiar en Dios, refugio de paz.
.
(A los fieles checos) Ruego a Dios que os
infunda la alegría de la Resurrección y os acompañe siempre con sus numerosos
dones.
(A los peregrinos eslovacos) Que vuestra
visita a Roma en el tiempo pascual sea para cada uno ocasión de auténtica
renovación religiosa. Que el Señor resucitado os acompañe con su paz. De buen
grado os bendigo a vosotros y a vuestras familias.
(A los fieles croatas) Queridísimos hermanos y hermanas, la liturgia
de las Horas marca el ritmo de la jornada de la Iglesia, transformándola en
alabanza constante y en manifestación orante de su fe y de su confianza en Dios.
Al mismo tiempo que anuncia la fuerza vital de Cristo resucitado, la Iglesia
contempla y admira en cada una de las horas el misterio de Dios, reflexionando
sobre su palabra y sobre sus obras. Saludo cordialmente a los peregrinos croatas
aquí presentes y les imparto a ellos y a sus respectivas familias la bendición
apostólica.
(En italiano) Seguid fielmente el ejemplo de la Virgen María, que es modelo de toda perfección cristiana.
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los
recién casados. Que el Espíritu de Cristo resucitado os impulse, queridos
jóvenes, a ser apóstoles valientes de su Evangelio; a vosotros, queridos
enfermos, os anime a una aceptación serena de los divinos designios de la
salvación; y a vosotros, queridos recién casados, os haga cada vez
más fieles a la misión que se os ha encomendado en la Iglesia y en la
sociedad.
|